Blogia
COMISIÓN de APOYO al PUEBLO PALESTINO

Infierno en Qalandiya

Infierno en Qalandiya

Por Marta Delgado desde Palestina

El drama cotidiano de miles de palestinos/as en los checkpoints

“La inmensa mayoría de los palestinos no tiene absolutamente ninguna relación con actividades terroristas, y lo único que quiere es tener una vida normal; pero la absoluta dependencia de permisos para moverse ha convertido sus vidas en una pesadilla. La administración israelí decide si uno puede salir de su casa, visitar a sus parientes, ir a trabajar o a estudiar, plantar en su propia tierra (que quedó detrás de la cerca electrónica), recibir tratamiento médico, o dar a luz en un hospital (en lugar de hacerlo en un checkpoint).”                          Sitio web de la organización israelí Machsom Watch.

Jerusalén (o Al Quds) es la Ciudad Santa de las tres religiones monoteístas de raíz abrahámica: Judaísmo, Cristianismo e Islam. Sin embargo, la inmensa mayoría de la población palestina -sea musulmana o cristiana- no tiene permiso para entrar a rezar en su Ciudad Santa, ni siquiera durante el mes de Ramadán. Sobre todo después de la segunda Intifada (2000), el gobierno de Israel ha establecido un férreo sistema de control y restricción del acceso a Jerusalén para la población palestina.

S. es un abogado de derechos humanos palestino que vive en Belén (a 10 km de Jerusalén). Durante muchos años trabajó en una ONG en Jerusalén Este, viajando todos los días a través del checkpoint. Casado con una norteamericana, tiene ciudadanía y pasaporte de EEUU. Sin embargo, para Israel ese dato es irrelevante, y sólo le sirve -por ahora- para viajar al exterior (cosa que sólo puede hacer desde Amán, si le dejan cruzar la frontera del Jordán, ya que no tiene acceso al aeropuerto de Tel Aviv). Por ser portador de un documento de identidad palestino de ‘no residente’ en Jerusalén, y por estar en la lista negra que impide solicitar con éxito un permiso de entrada, desde hace diez años S. no puede entrar a Jerusalén.

N. es un joven palestino nacido en EEUU, adonde sus padres emigraron hace tres décadas. Su pasaporte norteamericano tampoco le sirvió de mucho cuando decidió venir a vivir en Palestina. Actualmente trabaja en una organización internacional cristiana, vive en un pueblo cerca de Ramallah, y tiene permiso de trabajo en Jerusalén. Pero al no ser residente, su acceso a la ciudad también es extremadamente limitado: entre otras cosas, no puede conducir un auto, ni tampoco puede circular -ni siquiera en taxi- después de las 6 de la tarde (sale del trabajo a las 5); y por supuesto tampoco puede aplicar para alquilar o comprar una vivienda o ser residente en Jerusalén. El permiso de trabajo tiene una duración variable (siempre menos de 6 meses), y cada vez que debe renovarlo, durante el mes o mes y medio que dura dicho proceso, N. tiene prohibida la entrada a Jerusalén. Ha podido conservar su trabajo sólo por el carácter de la organización en la que trabaja.

En el mes y medio que llevo viviendo en Palestina, he hablado con hombres y mujeres de distintas partes de Cisjordania, y especialmente de Nablús -mi región-, que anhelan y sufren por no poder visitar su Ciudad Santa. Cada vez que atravieso el checkpoint de Qalandiya me siento mal por estar haciendo lo que millones de mujeres y hombres palestinos tienen prohibido.

Desde la ocupación israelí de Jerusalén (1967), la población palestina nacida allí tiene lo que Israel llama “permiso de residencia” en su propia ciudad (identificado con el documento “blue ID”). Aun así, las restricciones para conseguir trabajo, documentos, y ni que hablar vivienda (o conservar la que tienen!), les hace vivir en una constante amenaza. Sin mencionar la profunda discriminación y el abismo existentes entre Jerusalén Este y Oeste en materia de servicios y calidad de vida (un abismo semejante al que existe entre una ciudad escandinava y una latinoamericana).

Más aún: el número de personas palestinas con “permiso para residir” en Jerusalén Este está reduciéndose acelerada y sistemáticamente, ya que Israel está haciendo todo lo posible para alcanzar su meta demográfica de tener un 70% de población israelí en Jerusalén. Por eso sólo en 2008, 4672 personas perdieron su “permiso de residencia” en su propia ciudad, por razones tales como “ser desleales al Estado de Israel” (según la legislación del Knesset), aun cuando Jerusalén Este no es parte de Israel, sino de los Territorios Palestinos Ocupados (OPT), y del futuro Estado Palestino! [MMG; ver al final]

Peor aun es la situación de quienes sin ser “residentes” de Jerusalén tienen sólo un permiso de trabajo en la ciudad. Esas personas (portadoras de “green ID”) viven con la amenaza de perder su permiso por cualquier motivo, desde los más arbitrarios e inexplicables hasta otros más domésticos como, por ejemplo, perder su trabajo (que significa casi automáticamente perder el permiso de entrada a Jerusalén). Y perder el trabajo por llegar tarde reiteradamente es algo que puede pasarle a cualquiera si cada día tiene que llegar al checkpoint (CP) de Qalandiya (o de Gilo en el sur) a las 4 de la mañana y hacer cola apiñándose con una multitud de compatriotas para poder pasar a tiempo a través del CP y entrar a trabajar a las 7 u 8 de la mañana.

Perder el trabajo es lo peor que le puede pasar a un palestino, sobre todo desde que a principios de esta década, después de la segunda Intifada, de un día para otro miles y miles de palestinos perdieron el trabajo que tenían en Israel, lo que disparó la cifra de desempleados en un país cuya economía, además, está controlada y asfixiada por el poder ocupante. Ahora los permisos de trabajo en Israel son administrados con cuentagotas por mafias de empleadores o intermediarios cuya finalidad es simplemente garantizar mano de obra barata para Israel (justamente mediante la restricción del acceso), del mismo modo que los “coyotes” en EEUU especulan con la mano de obra mexicana o centroamericana.

Esta semana acompañé a dos compañeras del equipo del EAPPI en Jerusalén a monitorear el CP de Qalandiya. Llegamos a las 5 AM en medio de la oscuridad y de un frío insoportable (traté de imaginarme cómo será en diciembre o enero estar en un CP a las 4 o 5 AM). Ya había cientos de hombres amontonados y empujando para meterse en las dos únicas filas enjauladas habilitadas ese día y pasar por el torniquete de metal hacia las filas que llevan a las cabinas de control de documentos. A un costado, una cantidad menor de hombres mayores de 50, mujeres y niñas/os esperaban en la llamada “entrada humanitaria”, habilitada para esa población.

Lo que vimos durante más de tres horas me dejó sin aliento: hombres amontonándose y peléandose por pasar antes, trepando por encima de las rejas o esperando arriba de ellas (más parecidos a pájaros enjaulados que a personas), tirando por encima de ellas sus mochilas y viandas para recogerlas después de pasar por el torniquete, gritando, empujando, y en algunos casos -milagrosa, inexplicablemente- bromeando o hasta riendo… Vimos una joven mujer embarazada esperando de pie o agachada, y con ella a muchas mujeres, liceales y escolares, porque la “entrada humanitaria” cerró a las 7.30 y ya no volvió a abrir. Vimos a un hombre mayor desmayarse y -luego de esperar hasta que llegó una paramédica militar- ser llevado en camilla por los soldados hacia el área de seguridad. Vimos a una familia -como tantas historias palestinas- ‘dividida’ por el CP: la mujer con permiso de residencia y trabajo, llevando a su hijo mayor a la escuela, y el esposo despidiéndolos de la mano de la hijita menor, del otro lado del CP, porque no tiene permitido entrar a Jerusalén…

Las personas mayores, o simplemente desalentadas, ya habían tomado la decisión de hacerse a un lado y esperar a que pasara la multitud; sin duda iban a tener una larga espera. Le pedimos a dos de esos hombres que nos llamaran cuando pasaran al otro lado; uno de ellos tardó dos horas y media simplemente en cruzar el CP; el otro, tres horas. Su nombre es Aiman, y nos dijo que había llegado al CP a las 4, porque si no entraba al trabajo a las 7 podía perder el día, y arriesgaba ser despedido. Y sin un permiso de trabajo ya no podrá entrar a Jerusalén, y también correrá un alto riesgo de perder su permiso de residencia en la ciudad. Este CP realmente puede cambiarle la vida a la gente… [MMG]

Es evidente que el sistema está diseñado para que funcione como una forma de tortura colectiva: las filas y puestos de control de documentos son totalmente insuficientes; el comportamiento de los soldados (y soldadas) es humillante o indiferente; a menudo desaparecen sin ninguna explicación, y nadie queda a cargo de abrir por control remoto el torniquete o el portón de la “entrada humanitaria”. Encerrados en sus confortables cabinas blindadas, los vemos conversar y reir entre ellos, comer y beber, ajenos absolutamente al drama que viven los cientos y cientos de personas que esperan apiñadas como ganado y cuyas vidas, trabajo y futuro dependen de su humor.

Es difícil describir estas estructuras con palabras… y cómo se siente una sólo de mirar a hombres jóvenes parados en fila en silencio y sin esperanza, con la amenaza de otro día de jornal perdido; o mirar a una madre con un bebé dormido envuelto en una manta acercarse a un soldado para pedirle permiso para llevar a su bebé al hospital; si no tiene los papeles en regla, no importa qué tan enferma esté la criatura, no podrá llevarla al hospital ese día. [MMG]

Como cada día, encontramos en Qalandiya a dos integrantes de Machsom Watch, la organización de base de mujeres que desde 2001 se dedica a monitorear los CP en los OPT y Jerusalén para documentar las violaciones de derechos humanos. Por ser israelíes, tienen un poco más de acceso a los soldados y funcionarios, y a veces logran ‘interceder’ para aliviar cierta situación, para acelerar el flujo de personas cuando está particularmente lento (cosa frecuente después del asesinato de una familia en la colonia ilegal de Itamar, cerca de Nablús) o para permitir el paso de personas enfermas. El tema salud es particularmente crítico: las ambulancias palestinas no pueden entrar en Israel, por eso en el CP la persona enferma o accidentada -no importa su gravedad, las condiciones climáticas, ni nada- debe ser bajada del vehículo y transportada a pulso a través del CP hasta una ambulancia israelí del otro lado; y uno de los mejores hospitales de Israel está en Jerusalén Este, pero los palestinos no tienen derecho a usarlo.

Las integrantes de Machsom Watch saben que su margen de acción es limitado en el CP mismo; pero también tienen acceso telefónico directo a autoridades de alto nivel, y en muchos casos sus gestiones silenciosas han logrado destrabar permisos demorados, cancelados o negados, que han hecho una diferencia importante en la vida de una persona o una familia. Sin embargo, también son conscientes de que a través de estas gestiones están siendo en cierto modo funcionales a la ocupación, y eso les genera contradicciones internas con las que es difícil vivir. “Todos nos usan -nos decía una de ellas el mes pasado-: los palestinos y los israelíes”.

También nos contaron que en el pasado había cierto contacto físico en los CP entre la población palestina y los soldados y guardias a cargo; ese contacto a veces permitía que se diera algún diálogo, algún gesto de humanidad. Deliberadamente eso se sustituyó por un sistema totalmente impersonal y mecanizado, donde no existe contacto alguno posible entre ambos grupos. Una voz ininteligible -en hebreo- anuncia de vez en cuando por ruidosos altoparlantes algo que nadie puede comprender. Los soldados están lejos, detrás de las rejas o en las cabinas blindadas; es imposible acceder a ellos.

Con todo el horror que representan, los CP son sólo un aspecto de un sistema perverso que incluye distintos documentos de identidad, permisos de trabajo, de residencia y de viaje, permisos especiales para las niñas y niños, tarjetas magnéticas (con datos biométricos y huella digital, una complicación adicional para los trabajadores de la construcción con huellas deterioradas), personas en listas negras, el Muro de cemento, las cercas electrónicas, los portones agrícolas, los cierres de caminos mediante barreras, bloques de cemento o simples barricadas de tierra, las carreteras de uso exclusivo para colonos israelíes, los túneles y otras formas de bloqueo, encierro y fragmentación (minuciosamente documentadas y descritas por UNOCHA) que han convertido el territorio palestino en un conjunto de ‘islas’, o más bien bantustanes de segregación.

Todo esto hace imposible a la población palestina desplazarse y acceder a servicios básicos que están protegidos por el derecho internacional y el 4º Convenio de Ginebra, ratificado por Israel. El acceso a servicios médicos (Art.16), a instituciones religiosas (Art.27) y educativas (Art. 50), a visitar o reunir a la familia (Art.26 y 27), son derechos afectados dramáticamente; sin embargo, el clamor de adentro y de afuera de Israel para cambiar este sistema es sistemáticamente ignorado. [MMG]

Cualquier parecido con los ghettos de la Alemania nazi o el apartheid de Sudáfrica es mera coincidencia.

Las activistas de Machsom Watch lo han expresado con más elocuencia de la que yo podría tener:

“Tenemos cientos de historias y testimonios [de los CP]. Todos ellos hablan de humillación y simple acoso, del indescriptible sufrimiento de un pueblo entero que quiere vivir su vida con dignidad, y no lo dejan. Las políticas interconectadas que rigen en los CP colocan a la población palestina en riesgo de colapso total. Es imposible trasladarse, imposible ganarse la vida, imposible recibir tratamiento médico; ¿cómo se puede vivir así? Es claro para cualquiera que se pare a observar en el CP que la pesadilla de colas interminables y humillación, las exigencias arbitrarias de más y más documentos para obtener el permiso necesario para alcanzar otro permiso, no tienen nada que ver con la seguridad de los ciudadanos israelíes; todo lo contrario.”

“Encima de este colapso administrativo, el gobierno de Israel ha puesto todavía más peso sobre los hombros de la población palestina, mediante un sinnúmero de obstáculos burocráticos: permiso especial para rezar durante el Ramadán, permiso para ‘vivir en tu propia casa’ si vives cerca del Muro, permiso para pasar a través de él, permiso para salir de los ghettos y entrar a ellos, permisos para desplazarse dentro de Cisjordania entre las colonias israelíes, etc, etc. Mientras más y más permisos se exigen a la población palestina, la estructura burocrática requerida para tramitar dichos permisos ha ido creciendo y haciéndose más imposible y barroca. Un solicitante debe presentar un formulario de su empleador, un formulario de su centro de estudio, un formulario especial para su auto, un formulario especial del hospital donde se atiende, etc. Al mismo tiempo, el arresto de “ilegales” está en aumento; el término se aplica no sólo a trabajadores sin permiso en Israel, sino a palestinos desplazándose “ilegalmente” dentro de su propia tierra, Cisjordania.”

“A la luz de todo esto, es inevitable concluir que el gobierno israelí está persiguiendo deliberadamente a la población palestina y aplicándole una política de tormento burocrático, al tiempo que ignora totalmente su responsabilidad [como poder ocupante] hacia las vidas de los habitantes de los territorios palestinos ocupados.”

Este artículo está basado en una visita presencial al checkpoint de Qalandiya (22/3/11), en una charla con Hanna Barag de Machsom Watch (febrero 2011), en el sitio web de esa organización, y en el texto “Don’t forget your birth certificate!” de Madeleine McGivern, integrante del equipo del EAPPI en Jerusalén. Agradezco a Madeleine su gentileza en permitirme traducir y reproducir partes del mismo, identificadas así en mi artículo: [MMG]

Para más información sobre las restricciones a la libertad de movimiento en Cisjordania, ver el informe de UNOCHA (junio 2010). Ver también el último informe de UNOCHA sobre las graves violaciones a los derechos de la población palestina en Jerusalén Este: “East Jerusalem: Key Humanitarian Concerns” (marzo 2011).

 

 

 

0 comentarios