El antisemitismo es un delito, el antisionismo un deber
Se trata de dos términos diferentes que actualmente se están utilizando en muchos debates indistintamente, y por tanto, quizá haya aún quien le sorprenda saber que significan cosas completamente diferentes.
Hace poco a Marc Lamont Hill, activista, académico y periodista estadounidense, le despidieron de la CNN por lanzar una petición a la ONU a favor de una Palestina libre desde el río [Jordán] hasta el mar. Posteriormente hubo también quien le exigió que se le retirara su puesto de profesor. La razón argüida fue que la petición de Lamont Hill era antisemita.
Sin embargo, su discurso y los trabajos que viene desarrollando desde hace tiempo no pueden ser más claros en el sentido de que se refiere a la creación de un Estado único, unificado, laico y democrático entre el río Jordán y el Mediterráneo para todos sus habitantes. La única manera de convertir esta posición en una declaración antisemita es no distinguir entre el Estado de Israel y la población judía de todo el mundo, una premisa extremadamente cuestionable.
El antisemitismo se refiere a las ideas y a los comportamientos que discriminan, atacan o perjudican a los judíos por ser judíos. Las afirmaciones de que los judíos son avaros, que gobiernan el mundo, o que dirigen la banca, son [mayoritariamente] antisemitas. Igualmente, lo son los ataques físicos o verbales contra el pueblo judío a causa de su judaísmo.
El antisionismo, por el contrario, es una ideología política que como su nombre indica se opone al sionismo. El sionismo es un movimiento político nacido a finales del siglo XIX que sostiene que la única forma de que los judíos pudieran escapar del antisemitismo europeo era formando su propio Estado. Este Estado lo construyeron en Palestina y, a pesar de una oposición interna minoritaria [en el seno del movimiento], lo hicieron a expensas de quienes ya vivían en [y eran dueños históricos de] el país: los palestinos. La creación de Israel, resultado de la iniciativa del movimiento sionista, tuvo lugar en 1948 con el telón de fondo de la expulsión [muy violenta] de más de 700.000 palestinos y la destrucción de al menos 400 aldeas. Estas injusticias continúan hoy en día: la expansión de los asentamientos en Cisjordania, el mortífero bloqueo de Gaza o las más de 60 leyes dirigidas específicamente contra las y los ciudadanos palestinos de Israel siguen en vigor y se aplican en nombre del sionismo.
Por lo tanto, lo que reclaman los antisionistas es que todos los habitantes de la Palestina histórica –judíos, cristianos y musulmanes, palestinos y no palestinos– gocen de los mismos derechos independientemente de su raza, religión u origen étnico [en un Estado palestino]. Algo que el Estado de Israel y el movimiento sionista siguen rechazando. Lamentablemente cada vez se equipara más el antisionismo con el antisemitismo. Sin embargo, debe quedar claro que no tienen nada que ver. El primero rechaza la idea de un Estado basado en la supremacía étnica o religiosa. El segundo odia a los judíos por ser judíos. Confundir antisionismo y antisemitismo supone asumir una serie de postulados inaceptables.
En primer lugar, que todos los judíos sean sionistas o que los sionistas representen a todos los judíos esconde una idea esencialista y fundamentalmente racista que supone atribuir a todo un grupo de personas la misma bandera ideológica. Nada más lejos de la realidad. Israel no representa las opiniones de todos los judíos del mundo. Son muchos los judíos que se declaran antisionistas por razones religiosas y/o políticas, y otros que por desconocimiento del tema pueden no tener una opinión formada.
En segundo lugar, que todos los sionistas son judíos. Nada más lejos de la realidad. Por ejemplo, hay muchos sionistas cristianos, particularmente en EEUU, así como muchos políticos y partidos políticos en todo el mundo que son sionistas. Y ello no tiene nada que ver con el judaísmo sino con la política exterior y las estrechas alianzas que estos países tienen con Israel [y con el odio al Islam].
Finalmente, confundir ambas ideas implica que el sionismo sólo afecta a los judíos. Esta interpretación, que cada vez se reitera más en algunos debates actuales, anula el hecho de que las principales víctimas del movimiento sionista fueron y siguen siendo las y los palestinos. Su rechazo al sionismo, sus reivindicaciones de igualdad de derechos, y su aspiración a poder regresar a sus hogares de los que fueron expulsados no tienen nada que ver ni con el judaísmo ni con los judíos. Tienen que ver, por el contrario, con su oposición al proyecto de colonización por asentamiento [apartheid] que sigue despojándolos de su propia tierra y oprimiéndolos.
El antisionismo es, por lo tanto y ante todo, una forma de solidaridad con las reivindicaciones de un pueblo colonizado que sigue luchando por su libertad. Hay un principio simple pero muy poderoso que afirma que nadie es libre mientras no lo seamos todos y todas. Desde este punto de vista, la lucha contra el antisemitismo y la lucha contra el sionismo son las dos caras de una misma moneda. Ambas son luchas contra el racismo y la supremacía étnica, en una palabra, contra la injusticia. Como reza un viejo lema: el antisemitismo es un crimen, el antisionismo un deber.
The Palestine Chronicle. Traducción para Rebelión de Loles Olivan Hijós. Extractado por La Haine.
Texto completo en: https://www.lahaine.org/bV4b
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