Mahmud Abbas busca un pacto para levantar el bloqueo de Palestina
Acorralado por el bloqueo militar y el boicot económico, el presidente de la Autoridad Palestina presentará la semana próxima un plan para un acuerdo de cogobierno con Hamas. El líder del Al Fatah criticó al grupo integrista islámico por atacar a Israel.
Por Sergio Rotbart - Desde Tel Aviv
De formarse, un gobierno palestino de unidad exigirá el establecimiento de una fuerza internacional en Gaza y Cisjordania. Así lo expresa un documento que el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas, les presentará la semana próxima a los representantes del Hamas y de la Jihad Islámica en el marco de la reanudación de las negociaciones sobre un futuro acuerdo de cogobierno. La propuesta de Abbas, además, incluye la aprobación por parte de todas las tendencias palestinas del cese total de los actos de violencia, considerado como “interés nacional superior”. El titular de la AP estaría al frente del gobierno de unidad y contaría con la autoridad para negociar con Israel. Su iniciativa, publicada por el diario de la AP, Al Ayyam, contempla también el reclamo palestino de convocar a una conferencia internacional destinada a promover el proceso de paz.
Abbas expondrá a sus interlocutores tres alternativas: un gobierno de tecnócratas, uno combinado de políticos y especialistas y un gabinete reducido integrado por representantes de las distintas corrientes. Pero el documento que le servirá de base para la reanudación del diálogo entre el partido que lidera, el Fatah, y su principal adversario, el Hamas, no aclara si el presidente de la AP aceptará que el nuevo gobierno exprese la relación de fuerzas existente en el Consejo Legislativo (Parlamento), donde el movimiento islámico cuenta con mayoría absoluta. Hasta el momento, por cierto, el declarado objetivo –común a ambas fuerzas– es el de revertir la situación de cerco militar a Gaza y boicot económico y político que Israel ha impuesto a la AP, así como el embargo decretado al gobierno del Hamas por los Estados Unidos y Europa. Pero aún no ha logrado imponerse por sobre los cálculos sectoriales vinculados con el reparto de espacios de poder.
En los últimos días han crecido los indicios de que la situación socioeconómica en los territorios palestinos, y especialmente en la Franja de Gaza, es sumamente apremiante. Frente a la Muqata, la sede de la AP en Ramalá, vienen manifestando diariamente miles de funcionarios de la administración presidida por Mahmud Abbas que hace seis meses no reciben sus sueldos. El pasado miércoles, en un acto poco habitual en él y mucho más característico de su antecesor, Yasser Arafat, Abbas decidió salir de la sede presidencial e intentó arengar a los manifestantes que gritaban “queremos comer, queremos vivir”. El líder palestino les dijo: “No nos rendiremos ante la política de hambre; nos hemos puesto de acuerdo sobre un gobierno de unidad para conseguir el levantamiento del cerco impuesto a nuestro pueblo”. Y, por otra parte, no desaprovechó la oportunidad para criticar al Hamas: “Los disparos de cohetes desde Gaza sólo lograron más de 250 muertos y heridos palestinos. ¿Quién es el responsable? Nosotros respetamos la decisión democrática, pero también necesitamos comer”. La multitud, que reclamaba el pago de sus sueldos, no se mostró entusiasta ante el discurso de Abbas; por el contrario, los manifestantes siguieron gritando y lo interrumpieron en varias ocasiones.
El Hamas, con muchos parlamentarios y la mayoría de sus ministros detenidos por Israel, tampoco puede desentenderse de la presión popular para aliviar la situación de aislamiento, parálisis y escasez que viene soportando la población palestina desde el secuestro del soldado israelí Gilad Shalit, capturado el pasado 25 de junio por un grupo palestino en una base del ejército lindante con el sur de Gaza. En tal sentido, el premier Ismail Haniyeh ya se ha pronunciado en favor de la liberación de Shalit, a cambio de prisioneros palestinos detenidos por Israel. Haniyeh llegó a mencionar la opción de decretar la disolución del gobierno que encabeza, imposibilitado de ejercer sus funciones ante el cerco militar permanente y los asiduos encarcelamientos de sus ministros.
Un indicio del debate interno en el que está sumergido el Movimiento de Resistencia Islámica lo dio días atrás Razi Hamad, vocero del gobierno palestino. Según Hamad, desde la retirada unilateral israelí de la Franja de Gaza, que fue vivida como una victoria de la lucha palestina contra las fuerzas de ocupación, “la vida se ha convertido en una pesadilla y en una carga insoportable”. El funcionario del Hamas agregó: “Gaza está sufriendo bajo el yugo del caos y las armas de los déspotas”. Pero, y en esto reside lo novedoso, Hamad urgió a los palestinos a examinar y criticar su propio comportamiento en vez de acusar a Israel por todas sus penurias y fracasos.
El Hamas triunfó en las elecciones como alternativa a una dirigencia percibida por la mayoría de los palestinos como corrupta, desentendida de sus necesidades y complaciente con los dictados israelíes. A seis meses de asumir el gobierno, el movimiento islamista parece tantear la forma de trascender su tradición de intransigencia opositora y, al mismo tiempo, evitar repetir el ejemplo de su principal rival, el Fatah. Seguramente sus dirigentes quisieran creer que, entre el maximalismo puro y la erosión provocada por el ejercicio del poder, todavía hay un largo camino por recorrer.
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