Martes 30 de setiembre de 2008
SE RECLUTA AL REY DAVID PARA EXPULSAR A LOS PALESTINOS:
CUANDO LA ARQUEOLOGÍA DEVIENE EN UNA MALDICIÓN
Por Jonathan Cook*, CounterPunch / Rebelión - Spain
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández)
Desde las murallas exteriores de la Ciudad Vieja de Jerusalén, las casas sencillas de piedra y bloques de hormigón del pueblo de Silwan se extienden en cascada hacia al sur, hacia un valle conocido como el Estanque Sagrado. Los residentes palestinos estaban acostumbrados a vivir a la sombra de la historia y la religión, dada la espectacular forma física de la gran cúpula de plata de la mezquita de Al Aqsa y la imponente presencia cercana del Monte de los Olivos. Pero, últimamente, la historia se ha convertido en una maldición para la mayor parte de los habitantes de Silwan.
“Tenemos cámaras por todas partes vigilándonos día y noche”, dijo Yawad Siyam, de 39 años. “Guardias armados israelíes deambulan por nuestras callejas. Las zonas abiertas, los lugares donde jugaba cuando era niño, se han convertido en zonas prohibidas”.
La razón es el creciente número de colonos que se han ido mudando a Silwan desde los primeros años de la década de 1990, proclamando tener un derecho bíblico sobre esa tierra. Al menos 50 familias judías, con un total de 250 personas, se han apoderado de casas palestinas desperdigadas por Silwan, convirtiéndolas en un recinto impenetrable sobre el que ondean banderas israelíes.
Apropiaciones semejantes están produciéndose fuera del alcance de la vista en otras zonas palestinas de la ocupada Jerusalén Este. Las organizaciones de colonos, apoyadas por donantes privados extranjeros, confían en hacer así imposible un acuerdo de paz y asegurar que Jerusalén Este no se convierta nunca en la capital de un estado palestino.
Pero sólo en Silwan los colonos han desafiado tan públicamente la ley, reclutando abiertamente toda una colección de entidades oficiales israelíes, desde la Autoridad para las Antigüedades hasta el municipio de Jerusalén.
La absorción de Silwan está siendo planeada y organizada por una oscura organización conocida como Elad que, de forma inusual, ha sido seleccionada por delante de la Autoridad para Parques y Naturaleza para dirigir un importante sitio arqueológico en el centro del pueblo.
Con la financiación facilitada por desconocidos banqueros de Rusia y Estados Unidos, Elad ha transformado Silwan en la “Ciudad de David”. Incluso los postes indicadores en la zona ignoran la existencia del pueblo palestino y sus decenas de miles de habitantes.
El corazón de la Ciudad de David es un parque arqueológico que se va extendiendo implacablemente hacia todos los rincones de Silwan.
“Los colonos empezaron a apropiarse de las casas alrededor del sitio”, dijo el Sr. Siyam, precisamente la casa de su abuela fue una de las primeras de las que se apoderaron en 1994 tras su muerte. “Entonces se les concedió el sitio principal de las excavaciones, procediendo a construir casas nuevas en el parque. Y ahora están preparando nuevos sitios, levantando más vallas, apropiándose de más tierras y excavando por debajo de nuestras casas”.
Muchas de las casas de la barriada donde vive el Sr. Siyam presentan grietas en las paredes, después de que las excavaciones empezaran el pasado año a desenterrar un canal de drenaje que decían pertenecer al período del Rey Herodes. Los vecinos temen que sus cimientos hayan resultado dañados.
Se intentó que la excavación se extendiera a lo largo de 600 metros por debajo de las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalén, pero los tribunales lo impidieron en febrero pasado una vez que se supo que los arqueólogos estaban excavando sin permiso. Sin embargo, Elad ha empezado recientemente a trabajar en otros túneles.
El principal objetivo de la organización es el sitio mismo de la Ciudad de David, sobre la cual obtuvo el control en 1998, tras un turbio acuerdo con la Autoridad sobre los Parques y el municipio de Jerusalén.
Elad ha ido volcando dinero para las excavaciones en la zona, subcontratando a la principal entidad arqueológica de Israel, la Autoridad para las Antigüedades. “Quieren utilizar la arqueología, incluso la arqueología falaz, para proporcionar cobertura a su agenda política de expulsar a los palestinos de Silwan”.
“Lo que resulta tan alarmante es que parece que también le están fijando la agenda a la Autoridad para las Antigüedades”.
El Sr. Mizrachi y otros dos arqueólogos han estado dirigiendo visitas turísticas alternativas por la Ciudad de David desde el mes de enero, en un intento de desafiar las proclamas de Elad de que han desenterrado el palacio de 3.000 años del Rey David, convirtiendo así a Silwan en capital de un antiguo reino israelí.
Pero los arqueólogos disidentes se enfrentan a una tarea hercúlea. El año pasado, 350.000 turistas fueron conducidos alrededor del sitio por los guías de Elad. Las intermitentes visitas alternativas se sienten afortunadas si pueden reunir una docena de visitantes.
“Si Elad puede convencer a la gente de que este fue una vez el hogar del Rey David, entonces les será más fácil justificar que se apoderen de Silwan y que saquen de allí a la población palestina”, dijo el Sr. Mizrachi.
La arqueóloga a cargo de las excavaciones de la Ciudad de David, Eliat Mazar, ha revelado ostensiblemente esas pruebas en unos muros antiguos de piedra que se empeña en que pertenecen al palacio del Rey David.
Pero Rafi Greenberg, profesor de arqueología en la Universidad de Tel Aviv, que estuvo entre los que excavaron el sitio a finales de la década de 1970, denominó como “mala ciencia” los trabajos que están llevándose a cabo bajo la supervisión de Elad”.
En otro tiempo, sus preocupaciones fueron amplia y públicamente compartidas por los arqueólogos de Israel. A mediados de la década de 1990, Elad se enfrentó a una batalla legal por haber dañado reliquias antiguas. En 1997, la Autoridad para las Antigüedades le advirtió que no traspasara el parque a Elad. Y en 1998, los arqueólogos de la Universidad Hebrea de Jerusalén presentaron una petición ante el Tribunal Supremo por la mala gestión de Elad del sitio de la Ciudad de David.
Sin embargo, el control de Elad sobre Silwan se ha afianzado y ha crecido la popularidad de la Ciudad de David, mientras las voces disidentes se han ido acallando. El constreñido presupuesto de la Autoridad para las Antigüedades necesita de la financiación de Elad, y los arqueólogos israelíes, que dependen de la Autoridad para trabajar, no se atreven a criticar abiertamente sus implicaciones con Elad.
Ningún arqueólogo habló oficialmente cuando en el mes de junio pasado surgió la noticia de que habían aparecido en Silwan, cerca de la mezquita de Al Aqsa, docenas de esqueletos del primer período islámico y que, sin inspección alguna, habían sido desenterrados y se habían desembarazado de ellos, acerca de lo cual la Autoridad para las Antigüedades admitió más tarde que era “un serio contratiempo”, dejándose que eruditos internacionales, incluidos renombrados historiadores y arqueólogos fueran quienes lanzaran una petición solicitando que se le quite a Elad el control del sitio.
El Sr. Mizrachi dijo que a pesar de que el sitio de la Ciudad de David sea uno de los más estudiados en Israel, no hay pruebas físicas que muestren que el Rey David utilizara alguna vez esos edificios. Poco más puede deducirse, aparte de que los restos datan el período cananeo de hace 3.000 años. “Incluso si encontrásemos una inscripción hebrea que dijera ‘Bienvenidos al palacio del Rey David’, eso no justificaría los objetivos políticos de Elad. Los residentes en Silwan y sus antecesores han estado viviendo allí durante cientos de años y no pueden ignorarse sus derechos. ¿Debería entregarse la tierra al Vaticano y desalojar a los israelíes de sus hogares cada vez que se encuentra un sitio cristiano en Israel?
Esos argumentos han caído en saco roto.
Según una serie de reportajes aparecidos en los medios locales, el gobierno, los arqueólogos estatales, el municipio de Jerusalén y la policía están secretamente operando con Elad y con otra organización de colonos, Ateret Cohanim, para extender el control de los colonos sobre Silwan.
Hay toda una serie de sentencias de los tribunales que se retrotraen a más de una década, averiguándose que los colonos habían falsificado documentos para apropiarse de la tierra y propiedades de las familias palestinas y que estaban construyendo contraviniendo las leyes locales sobre planificación. Se han ignorado esas sentencias y la policía y el municipio han continuado con los ilegales desahucios. El gobierno israelí continúa también financiando a los guardias de seguridad que vigilan las ilegales casas.
El mes pasado, Yossi Havillo, asesor legal del ayuntamiento de Jerusalén, señaló que era probable que el rechazo del municipio a respetar una orden de desahucio de hace bastante tiempo contra ocho familias en un asentamiento conocido como Beit Yehonatan “creara preocupación ante un hecho de discriminación, por el cumplimiento del municipio de las órdenes de demolición contra los árabes, pero no contra los judíos”.
Se estaba refiriendo en parte a una decisión de 2005, bajo presiones de Elad, que ordenaba la demolición de 88 hogares palestinos en la barriada de Bustan, justo debajo del sitio arqueológico de Elad. Uri Sheetrit, el ingeniero municipal, justificó las demoliciones sobre la base de que era probable que el valle se inundara. Como consecuencia de las presiones internacionales, se suspendieron temporalmente esas órdenes.
No obstante, el municipio sigue apoyando la expansión de los asentamientos en Silwan. En mayo, se empezó aprobando un plan presentado por Elad para la construcción de un nuevo complejo de viviendas, una sinagoga, una guardería, una biblioteca y un aparcamiento subterráneo para 100 coches.
Los concejales también apoyaron la confiscación de las tierras de nueve propietarios palestinos para crear un aparcamiento para la Ciudad de David. En julio, los tribunales anularon la decisión.
El día que el tribunal emitió su veredicto, dijo el Sr. Siyam, la policía asaltó, como acostumbra a hacer, las casas de los palestinos que habían presentado las peticiones y les arrestaron. Parecidos arrestos se habían llevado a cabo anteriormente cuando los vecinos pidieron a los tribunales que pararan las excavaciones que estaban realizándose bajo sus casas.
Mientras tanto, Shuka Dorfman, el director de la Autoridad para las Antigüedades, dijo recientemente a los informadores que estaba en contra de “confundir la política con la arqueología”.
* Jonathan Cook es un escritor y periodista que vive en Nazaret, Israel. Su libro más reciente es: “Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East” (Pluto Press) y “Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair” (Zed Books). Su web en Internet es: www.jkcook.net
Lunes 29 de setiembre de 2008
¿QUÉ PASA CON JERUSALÉN?
Por Mustafa Al-Barghouti*, Al Ahram Weekly / Rebelión
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Uno no necesita ser un experto en el supuesto “proceso de paz” para saber que el objetivo de Israel durante los últimos cuarenta años ha sido negarles sus derechos a los palestinos. Al no haber podido quebrar la columna vertebral de los palestinos ni acabar con su resolución a resistir, Israel recurrió a las tácticas dilatorias. Cuando no era posponiendo cuestiones urgentes, era intentando vaciarlas de todo contenido. Así, la idea de un estado independiente y soberano se fue diluyendo en la de crear una entidad medio-autónoma, vaciada de cualquier autoridad real y establecida sobre trozos fragmentados de tierra.
Eso es a lo que ha llevado el Proceso de Oslo durante los últimos quince años. El número de colonos en los territorios ocupados se ha duplicado. Se ha erigido un muro de segregación racial. Cisjordania ha sido aislada de Gaza. Y Jerusalén está ahora rodeada por todas partes y aislada, con pocas conexiones, cuando no ninguna, con otras zonas palestinas. Cuando las negociaciones se reanudaron, Israel trató de conferir legitimidad a sus asentamientos más importantes, rechazado discutir la cuestión de los refugiados e insistiendo en posponer cualquier decisión sobre Jerusalén. Mientras tanto, los israelíes intentaron sin descaso cambiar la apariencia de Jerusalén, construyendo asentamientos tanto en su interior como en los alrededores, alterándola y judaizándola día tras día.
Israel está ahora sugiriendo un estado palestino con “fronteras interinas”. A cambio, quiere que los palestinos renuncien, efectiva e inmediatamente, al derecho al retorno de los refugiados. Israel quiere también que los palestinos olviden sus reclamaciones de extensas zonas de su tierra –tierra que ha sido engullida por los asentamientos, la tierra que rodeaba el Mar Muerto, la tierra de los pueblos Latrun (Imwas, Yalu y Beit Nuba), etc. Y justo ahora, Israel no está dispuesto a discutir la cuestión de Jerusalén. Pero sí está dispuesto a construir más asentamientos dentro y en los alrededores de la ciudad.
Puede que Israel esté cambiando su retórica pero no sus tácticas. En lugar de oponerse a un estado palestino, está dispuesto a aceptar un estado sin soberanía digna de ese nombre. En lugar de mantener todos los asentamientos que ha creado sobre tierra palestina, está dispuesto a sacar a 3.000 colonos, dejando allí a 450.000.
Hasta ahora, todo lo que Olmert y Barak han dicho sugiere que quieren transformar Jerusalén hasta donde no sea posible reconocerla. La Jerusalén que todos conocemos no es la que ellos tienen en mente. La Jerusalén de la Mezquita de Al-Aqsa, la Iglesia del Santo Sepulcro, el Monte de los Olivos, Salwan, al-Issawia y otras partes de la ciudad vieja, está a punto de parecerse mucho a las barriadas que han brotado por sus alrededores: Izaría, Abu Dies y quizá Beit Hanina.
Cada vez que los negociadores palestinos ceden un centímetro, Israel coge un kilómetro; los Acuerdo de Oslo no son sino un buen ejemplo. Está muy bien negociar pero no cuando las negociaciones socavan la propia base de las resoluciones y leyes internacionales. Las resoluciones de Naciones Unidas –apoyadas por los dictámenes del Tribunal Internacional de Justicia- afirman que toda la tierra de la que Israel se apropió desde la mañana del 5 de junio de 1967 son territorios ocupados. Esto se aplica a la Ciudad Vieja de Jerusalén y sus alrededores, a Cisjordania, Gaza, los pueblos Latrun, el Golán e incluso las Granjas de la Shebaa.
Egipto insistió en que le devolvieran cada centímetro del Sinaí, al igual que Siria reclama cada centímetro del Golán. Los palestinos no pueden aceptar menos. Debemos insistir en la retirada de Israel de toda la tierra ocupada, en lugar de entrar a hablar de un intercambio peligroso de tierras. Ya es suficientemente desastroso que Israel cogiera en 1948 la mitad de la tierra que el plan de partición de Naciones Unidas de 1947 dio a los palestinos. No necesitamos empeorar más las cosas.
¿Y de qué se está tratando en las negociaciones? Todo se mantiene bajo tapadera excepto alguna información que se va filtrando al azar y que sugiere que la cuestión de Jerusalén va a posponerse, otra vez. Dada la amarga experiencia de Oslo, donde se urdió un acuerdo por detrás de los negociadores oficiales, esto no augura nada bueno.
Todo el mundo sabe que ceder la Jerusalén árabe, o cualquier parte de ella, no es una opción aceptable para el pueblo palestino. Tampoco cualquier solución interina, especialmente esa de posponer la discusión sobre Jerusalén, es muy arriesgado cuando no un signo indiscutible de capitulación.
Lo último que necesitamos es otro acuerdo que socave nuestros derechos y debilite a nuestro pueblo. Esas negociaciones en nombre de los palestinos implican en estos momentos una inmensa responsabilidad. Todo lo que hagan tendrá consecuencias a largo plazo para nosotros.
* Mustafa al Barghouti es el secretario de Iniciativa Nacional Palestina.
Lunes 29 de setiembre de 2008
OLMER: “PARA LOGRAR LA PAZ ISRAEL DEBE RETIRARSE DE TODOS LOS TERRITORISO OCUPADOS”
Fuente: La Gaceta de los Negocios - Madrid, España
El primer ministro israelí, Ehud Olmert, opinó este lunes que Israel debe retirarse de casi todos los territorios ocupados en la Guerra de los Seis Días de 1967 y volver así a las fronteras anteriores al conflicto para lograr la paz con los palestinos y Siria.
En una entrevista concedida al diario “Yediot Ahronoth”, Olmert, actualmente primer ministro en funciones después de que el pasado 21 de septiembre presentara su dimisión, aseguró que está haciendo todos los esfuerzos posibles por una retirada de la Cisjordania ocupada, donde los palestinos esperan crear su Estado, y de los Altos del Golán, exigidos por los sirios.
“Digo lo que ningún líder israelí ha dicho nunca antes: debemos retirarnos de casi todos los territorios, incluido Jerusalén Este y los Altos del Golán”, señaló Olmert, quien dimitió por las acusaciones de corrupción en su contra.
Según fuentes oficiales palestinas y occidentales, Olmert ha propuesto en las negociaciones de paz con la Autoridad Palestina una retirada del 93% de Cisjordania, por lo que se uniría a la Franja de Gaza, desocupada en 2005.
Pero Olmert siempre había afirmado que Israel tiene la intención de quedarse en la mayor parte de asentamientos judíos de Cisjordania en cualquier acuerdo futuro de paz con los palestinos. Pero estas conversaciones han mostrado pocos signos de avance y las dos partes reconocen que están lejos de llegar al acuerdo de finales de año, objetivo de la Administración estadounidense.
Antes de que se publicara la entrevista a Olmert, el jefe negociador palestino, Ahmed Qurie, consideró que la anexión de los asentamientos a Israel impediría a los palestinos establecer un país viable con continuidad territorial.
“No podemos tener un Estado con asentamientos dividiendo el territorio”, declaró Qurie a Reuters, mientras que otro negociador palestino indicó que no aceptarán las tierras que Olmert podría haber propuesto a cambio de los asentamientos.
Jueves 25 de setiembre de 2008
CINCO AÑOS DE LA MUERTE DEL INTELECTUAL PALESTINO:
EDWARD SAID, LA PALESTINA AFONICA
Por Santiago Alba Rico, CSCA
Este texto fue originalmente publicado en las páginas del CSCA y de Rebelión el 12 de octubre de 2003, pocos días después de la muerte de Edward Said, y recogido después en el libro “Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos” (Santiago Alba Rico, Editorial Hiru, Hondarribia 2006).
Decía Robert Fisk hace unos días, en medio de otros elogios, que su amigo Edward Wadi'a Said era a veces un hombre “enojado”. Los que sólo lo conocimos a través de su obra, pero lo leíamos al mismo tiempo con asiduidad y compromiso -hasta el punto de incorporarlo poco a poco, en este mundo de ángulos e intemperies, al círculo intenso de los parientes de lucha, como antes se hablaba de los “parientes de leche”-, no dejamos de percibir este “enojo” que, de una manera creciente, se había ido apoderando de sus textos en los últimos años de su vida. Fue sin duda un largo proceso de acumulación, pero lo cierto es que este “enojo” se hizo conmovedoramente visible hace no mucho tiempo; creo incluso que podría datar su primera expresión pública en el verano del 2001, al hilo de una serie de artículos sobre Palestina de entre los que recuerdo al menos dos: “Muerte lenta: castigo detallado” y “Palestina: la verdadera atrocidad es la ocupación”. En ellos el lector avisado se veía sorprendido, y sacudido, por un temperamento completamente nuevo: el desprecio por los gobiernos árabes, incluido el de la ANP, el horror ante la violencia israelí y la rabia frente a la manipulación mediática abandonaban de pronto el terreno de la denuncia estricta y del análisis soberano para expresarse un poco a empellones, con la agitación de un pecho que solloza. El hombre pudorosamente académico del que tanto habíamos aprendido se convirtió al final en otro delicadamente colérico que coloreaba (de un rojo vivo) su prosa de combate. Y aprendimos, si cabe, mucho más. El profesor de Columbia retrocedía a adjetivos sumarísimos (“psicópata”, “asesino”, “secuaces”) para localizar rápidamente la fuente de un dolor insoportable; y este contraste, tan espontáneo, tan sincero, tan bien fundado, derribaba la última defensa de la inteligencia, que a veces se refugia en el cinismo o la ironía precisamente para no entender. El “enojo” es mucho más limpio. El enojo de Said conmovía porque era justo. El enojo de Said conmovía porque era la sombra -y no el sucedáneo- de un pensamiento. Y el enojo de Said conmovía porque parecía tejer el destino de su pueblo, hebra con hebra, con el suyo propio: a medida que se agravaba la situación en Palestina, en efecto, se agravaba también su enfermedad. No pienso, desde luego, que Edward Said, al que el trabajo había protegido de toda forma de narcisismo, estableciese ninguna simpatía supersticiosa entre los dos procesos, pero sí que era consciente de que cuanto más lejos estaba la liberación de Palestina menos vida le quedaba para contribuir a ella. El enojo es, sobre todo, una cuestión de tiempo, de falta de tiempo. El enojo es un atajo; comprime la eternidad que aún necesitaríamos para encontrar la solución. Es una sublevación contra la finitud. Uno se enoja porque no tiene tiempo suficiente, pero uno se enoja también para compensar su angustiosa escasez: el enojo dice muy deprisa lo que podríamos decir más despacio si los días fuesen más largos y si la frase no se expandiese a medida que disminuyen nuestras horas. Lo que llevó a Said a la literatura, lo que hizo de él un extraordinario literato, fue el tic-tac inscrito, como su cronómetro y su antídoto, en la experiencia de la escritura: el tiempo. En “Fuera de lugar”, su bellísimo libro de memorias, Said recuerda su primer reloj de pulsera, que escandía el orden inflexible de una jornada sin vanos ni treguas dominada en todo momento por “la culpa del tiempo desperdiciado”, tanto más aguda cuanto más aumentaba su ritmo de trabajo. La sensación de que era “demasiado tarde”, de ir siempre “por detrás” de sus obligaciones, de acumular cada vez más “retrasos” respecto de una tarea creciente -y la inseparable angustia del sueño experimentado como un descuento y no como un descanso- no le abandonó jamás. Durante su infancia, nos cuenta, aceptaba con alivio la enfermedad como una interrupción irresponsable de esta premura, pero naturalmente esto ya no le valió con la dolencia que le llevó a la muerte. “Ahora”, escribía, “por una diabólica burla, me encuentro a merced de esta enfermedad dolosa que no perdona y en la que trato de no pensar, esforzándome con un cierto éxito en seguir viviendo en mi habitual dimensión temporal, con esa sensación de ir siempre con retraso, de tener plazos y no lograr hacerles frente, algo que comencé a advertir hace cincuenta años y que tengo casi perfectamente interiorizado. Pero en mi fuero interno me pregunto si, por una extraña inversión de valores, precisamente este sistema de deberes y de plazos no representa ahora mi salvación; incluso si sé bien, naturalmente, que la leucemia avanza imperceptiblemente, de un modo más oculto e insidioso que las agujas de aquel mi primer reloj que entonces llevaba sin darme cuenta de hasta qué punto medían mi mortalidad, dividiéndola en intervalos perfectos e inmutables de un tiempo que permanecerá incompleto por toda la eternidad”. Pero -digámoslo claramente- el enojo de Said nos afectaría menos, nos enseñaría muy poco, si fuese sólo el resultado de su intolerancia de la finitud. El problema de Said no era el tiempo sino la Historia, donde el robo, el descuento, el retraso no son de ninguna manera inevitables, y donde la solución, por tanto, no viene impedida por la falta de minutos sino por la falta de escrúpulos, de conciencia, de coraje o de justicia. Su enojo, y el dolor subyacente, no se alzaban contra la injusticia de la mortalidad sino contra la mortal injusticia de la Ocupación. No es que la vida dure poco, es que esta injusticia es demasiado larga. Y fue Israel, y no Cronos, el culpable de que Said se muriera sin terminar de hacer los deberes.
Una imagen del enojo de Edward Said dio maliciosamente la vuelta al mundo. El 23 de mayo del 2000 el ejército israelí se retiró precipitadamente del sur del Líbano; el 3 de julio el intelectual palestino visitó el país donde había transcurrido parte de su infancia y no quiso dejar de sumar su alegría a la de los libaneses apenas liberados. Tras recorrer los siniestros pasillos de la prisión de Al-Khiam, donde el Tsahal había torturado durante años a miles de prisioneros, Said se acercó a uno de los puntos fronterizos con Israel e, imitando a una veintena de jóvenes, lanzó una piedra al otro lado, por encima de la valla y el alambre de espino. Sesentón y con leucemia, flaco y trajeado, se dejó llevar y lanzó también su piedra al campo vacío. El precepto evangélico dice: “El que esté libre de pecado que lance la primera piedra”. Los israelíes, al igual que sus valedores estadounidenses, lo siguieron a rajatabla y no han vuelto a lanzar ni un guijarrillo a los desgraciados: en su lugar sólo usan aviones, misiles y bombas, lo que es un signo incontestable de su virtud superior. Una piedra es, efecto, demasiado poco, demasiado inofensiva, como para no ser un pecado. En un mundo donde sólo se respetan la tecnología y la fuerza y en el que los medios de destrucción justifican todos los fines, un guijarro tiene la monstruosa pequeñez de un desacato. La fotografía de Said lanzando su piedra demostró a los que sólo lanzan bombas de fragmentación (o las aprueban) que todos los palestinos son unos terroristas. Said recibió cartas con insultos y amenazas y se le intentó expulsar de la Universidad (porque a los “antisemitas” hay que tratarlos como el nazismo trataba a los judíos). Después de que le concedieran el premio Príncipe de Asturias, algunos de esos fanáticos que condenan las piedras y exaltan los misiles airearon el gesto para reprochárselo; otros, más moderados, se sintieron en la obligación de disculparlo. Por mi parte, no puedo dejar de incluir esa piedra entre sus méritos, junto a algunas de esas últimas frases que le salían como sarpullidos y que me conmovieron: el reflejo de un sabio que había sido niño en esa tierra y que tenía la sensación de haberse salvado tan poco como los que allí permanecieron. Esa piedra era la más tímida declaración de honestidad que pueda imaginarse, el impulso de una ingenuidad que había sobrevivido no sólo a las adversidades sino -mucho más difícil- al corruptor prestigio de las academias. Se agachó por las mismas razones, y con la misma naturalidad, que los jovencitos que lo rodeaban; y sintió al liberar el brazo el mismo gozo infantil y justiciero. Said explicó que había sido “un gesto simbólico de irreflexiva alegría” por la liberación del Líbano y yo lo creo. Pero creo también que, si hubiese tenido tiempo de pensarlo, hubiese hecho lo mismo. Said, que como palestino habría tenido tantas cosas que reprocharle, admiró siempre a Sartre y siguió admirándole incluso después de ese fugaz encuentro con él, a finales de los setenta, en el que vio al Maestro francés reducido a la mínima expresión, viejo, dependiente y casi prisionero de sus amigos judíos. Si Said, antes de lanzar la piedra, se hubiese detenido a reflexionar, tal vez no habría pensado en Sartre, pero habría pensado sin duda como él. Las únicas promesas que se pueden mantener son las que se hacen al lado de otros, al mismo tiempo que otros, y prometer y proyectar son, de alguna manera, verbos sinónimos: comprometerse es lanzarse hacia delante, por delante de uno, con un impulso compartido y desde un espacio común. Said siempre respetó a Sartre por lo mismo que otros, que sí lo hicieron, le guardaron luego tanto rencor: porque nunca escondió la mano. Y desde luego el palestino tenía muy presente en la memoria al hombre que rechazó el premio Nobel, el único de los grandes (aparte Brecht) que la CIA no pudo comprar para su “guerra fría cultural”, cuando escribió “Sobre los intelectuales y el poder” en 1994, recordando que la función del intelectual “sólo puede ser ejercitada por aquellos a los que se sabe comprometidos a plantear públicamente las cuestiones que molestan, a enfrentarse a la ortodoxia y el dogma (y no a producirlos), aquellos que no son reclutables a voluntad por los gobiernos y las grandes empresas y cuya razón de ser es la de representar a todas las personas y todos los problemas sistemáticamente olvidados o dejados de lado”. A lo que añade enseguida: “El intelectual, para este cometido, se basa en principios universales; a saber, que todos los seres humanos, independientemente de la nación a la que pertenezcan, tienen el derecho a esperar que se les apliquen las mismas normas de decencia y de comportamiento en materia de libertad y de justicia, y que toda violación de estas normas, deliberada o no, debe ser denunciada y abiertamente combatida”. Juan Goytisolo escribió que Edward Said era el único “intelectual libre” del mundo árabe, lo que por desgracia hace tiempo que ha dejado de ser un pleonasmo. Aparte la consideración de que, fuera del mundo árabe, no tenemos tampoco mucho de qué jactarnos, estoy de acuerdo. Fue tan libre, tan valiente, tan engagé, que logró que el término “intelectual” volviese a evocar una actividad seria, de alto riesgo y altísima moral, y no una vía estética de acceso a los privilegios de este mundo. Said rehabilitó ese nombre y su sola presencia -su trabajo y su ejemplo- dejó sin derecho a usarlo a decenas y decenas de “intelectuales esclavos” que esconden la mano detrás de él para recibir a escondidas su recompensa.
En uno de sus últimos artículos, Said escribió que “la invasión de Irak habría sido imposible sin la visión que los occidentales tienen del otro y concretamente de las sociedades árabe-musulmanas”. Esta frase lapidaria resume la tesis que “Orientalismo” (1978) había desplegado exhaustivamente en 450 páginas de análisis, datos y referencias orientadas a desenmascarar una refinadísima técnica de poder que trabaja a partir, no del uso de las armas, sino del uso de la mente. La idea de que “una representación está eo ipso comprometida, entrelazada, incrustada y entretejida con muchas otras realidades, además de con la "verdad" de la que ella misma es una representación” llevó a Said a desentrañar la síntesis espontánea que es la condición misma de toda relación de dominio, en una aplicación práctica de las enseñanzas de Foucault. Para someter al otro hay primero que “verlo” y verlo es construirlo, codificar su figura a la medida de nuestros intereses y ambiciones. El descubrimiento de Said fue el de que, en las condiciones de una distribución desigual del poder material y militar, conocer al otro es ya ponerlo de rodillas, pero que -aún más- esas mismas condiciones son el resultado de un conocimiento preformativo e interesado. El escándalo que su libro provocó tiene que ver con el hecho de que no se limitó a denunciar ciertos aparatos de propaganda -medios de comunicación o discursos políticos- sino que sometió expresamente a la luz de la crítica el campo del saber y sus pretensiones de objetividad. No ya Cromer o Balfour; Volney, Renan, Burton, Lane, Dozy, Humboldt, toda la pléyade de estudiosos (con Lewis o Gellner más recientemente) que configuraron desde el academicismo más diamantino el objeto de una ciencia volcada sobre un fantasma llamado Oriente, en realidad fabricaron con sus trabajos la “representación” -una verdadera escenografía- desde la cual se acometieron las invasiones, los saqueos y las matanzas de la política colonial. Las reservas con las que un ilustrado platónico como yo pudo acoger entonces algunas de sus conclusiones más extremas son insignificantes si se las compara con el efecto revolucionario que sus tesis tuvieron en la confortable fortaleza de los estudios orientales. Después de “Orientalismo”, el objeto del saber occidental (que incluía a los propios intelectuales colonizados, condenados a reflejar las representaciones de la metrópolis o a buscar refugio en una tradición inventada) se sublevó de algún modo contra este lazo desigual y reivindicó el derecho a constituirse en sujeto de su propio destino epistemológico. Después de “Orientalismo”, las nuevas generaciones de arabistas y estudiosos occidentales abandonan el pontificado arrogante de sus mayores y no tienen más remedio que aceptar -los que no lo hacen de buena gana- la necesidad de incluir la sospecha de sí mismos y la igualdad frente a sus colegas “orientales” como premisas de conocimiento a la hora de emprender sus investigaciones.
Años más tarde (“Cultura e imperialismo”, 1993) Edward Said extrapoló estas reflexiones al campo de la música y la literatura y, más concretamente, de la novela como género históricamente inseparable de la expansión colonial. Allí eran, no ya Renan o Humboldt, sino Austen, Dickens, Conrad y Kipling (algunos de mis autores favoritos y también -por cierto- de los suyos) los que supuraban bajo el análisis una complicidad inconsciente con el Imperio británico. Recuerdo haber leído la obra con un cierto desasosiego y haber llenado los márgenes de objeciones garrapateadas a toda prisa, algunas de las cuales me siguen pareciendo pertinentes. Tenía la sensación de que, bajo el brillantísimo y muy seductor despliegue de erudición y sutileza, Said se abandonaba a una especie de “exceso hermenéutico” que paradójicamente anulaba la voluntad de intervención -y curación- que lo había puesto en marcha. Pero ahora espigo al azar dos frases y me parecen inapelables. “El poder para narrar”, escribe, “o para impedir que otros relatos se formen y emerjan en su lugar, es muy importante para la cultura y para el imperialismo, y constituye uno de los principales vínculos entre ambos”. Y también: “Casi sin excepción, los discursos universalizadores de la Europa moderna y de Estados Unidos presuponen el silencio, voluntario o no, del mundo no europeo”. El colonialismo, el imperialismo, la desigualdad misma del capitalismo es en efecto una forma de mirar el mundo; la construcción del otro es, sobre todo, la de una mirada que se lo representa no sólo en silencio sino vacío de existencia o provisto tan sólo de una existencia degradada o de inferior calidad. Hoy, después de Afganistán y de Irak, mientras periódicos, políticos y telespectadores se robustecen en el más sereno y hasta ingenioso desprecio por el otro, mientras novelistas de talento se pasean por Bagdad -como los egiptólogos de Napoleón en Egipto- protegidos por las fuerzas de ocupación con su bloc de clichés en la mano, mientras el viento y la tormenta seleccionan sus blancos y “Occidente” demuestra su potencia cultural instalando Dictaduras y Parques Temáticos por doquier, conviene volver a leer esas páginas rigurosas para comprender hasta qué punto la cultura más pretendidamente universal de la historia de la humanidad sigue encerrada en los estrechos límites mentales de una tribu guerrera del Amazonas.
Pero conviene volver a leer, sobre todo, “Fuera de lugar”, su bellísimo, extraordinario libro de memorias (1999). Y esto por dos motivos. El primero es su excepcional valor literario, que lo convierte, a mis ojos, en una de las grandes obras narrativas de las últimas décadas. Es difícil leerlo sin quedar literalmente subyugado, hechizado, maravillado por esa lenta, exquisita floración de la memoria y todas sus complejísimas raíces trepadoras. Said imprime a cada página la delicadeza, precisión y sigilo con las que recubre el mundo, de pronto, una lluvia muy fina. Mientras lo leía hace dos años me acometía un poco el malestar de que Said hubiese perdido el tiempo -sin dejar de hacer nunca sus deberes- dedicándose más a la crítica que a la creación literaria; pero me daba cuenta simultaneamente, por la propia fuerza del relato, de que todo ese tiempo perdido, como ocurre en Proust, se revelaba ganado en las páginas de su autobiografía. Y es que algo muy proustiano, en efecto, baña todo el libro. Sólo recordamos por lo general los grandes acontecimientos (una muerte, un incendio, una conversión) y las fechas particularmente señeras (las que aprendemos en el colegio o nos inflige la tradición); y de esa manera se nos escapa una y otra vez lo más decisivo de una vida: la costumbre. La costumbre, que deja cicatrices en el carácter, no deja huellas en la memoria. Proust fue capaz de inventar un procedimiento literario para registrar y recuperar lo Invisible, ese flujo de repeticiones y conchitas, inasible por definición, que construye en silencio nuestra personalidad y forja los resortes de nuestra percepción. Said lo consigue con tan paradójico distanciamiento -porque el material, como la araña, lo saca de su interior- que el “yo” así desplegado es una sucesión de pequeños espesores, la larga duración de una especie, un deslizamiento geológico que produce diminutos montículos de felicidad o de dolor. Si es difícil no sucumbir al talento de Said, es difícil también no admirar su discreción: ni una concesión a la autocomplacencia ni a la vanidad; se examina a sí mismo como si se hubiese encontrado en el camino, igual que uno encuentra una piedra o un escarabajo y carga con ellos hasta el final del viaje.
Pero no sólo en este sentido “Fuera de lugar” es un libro “proustiano”. Lo es también porque, ocupándose tan sólo de sí mismo, de su propia “educación sentimental”, del diminuto hormiguero de sus impresiones privadas, Said logra levantar alrededor, como Proust, un mundo común, el relato entero de una época y la experiencia de su derrumbe. Y éste es el segundo motivo que hace inexcusable su lectura. Porque su valor literario le proporciona un valor testimonial añadido, la fuerza de una revelación que sacude el alma con el manotazo negro de una catástrofe. El derrumbe que describe Said casi sin quererlo no es, al contrario que el de Proust, el de una clase social languideciente; es un derrumbe mucho más grande, más salvaje y, sobre todo, mucho menos inocente; es el derrumbe de cientos de Torres Gemelas sin una mala cámara que lo registre, al margen o con la complacencia de la mirada occidental; el derrumbe de una sociedad, de un país, de un mundo, no bajo el empuje silencioso e incruento de sus propias fuerzas internas, sino por efecto de una agresión brutal, premeditada y consentida, en la que la expulsión de la gente, la reocupación o destrucción de las casas, el cambio de nombre de las calles y el cambio de lengua de los rótulos acompañaron y acompañan al proyecto de liquidación física de todo un pueblo: Palestina 1948, la “Nakba”, el eje simbólico de un crimen que afecta ya a al menos a tres generaciones de palestinos y que nos importa menos que la salida al mercado de un nuevo producto de Microsoft. Eso es lo que Said cuenta también en “Fuera de lugar” y con una eficacia mucho mayor que sus libros sobre los acuerdos de Oslo o sus artículos sobre Israel o el sionismo estadounidense. Las razones de esta mayor eficacia tienen que ver, sin duda, con sus virtudes literarias, pero refleja al mismo tiempo los límites de nuestra mirada, como si Said hubiese querido servirse -conscientemente o no- de la misma síntesis reductora que combatió. Said vivió en una casa parecida a la de mi padre (o a las que yo mismo habité en El Cairo) y no en una tienda; se desplazaba en automóvil y no en camello; fue un extraordinario pianista y escuchaba la misma música que yo; había leído los mismos libros y se había exaltado con los mismos poemas; los palestinos, pues, son como nosotros. ¿Humanos? ¿Occidentales? Sea como fuere, Said utilizó contra ellas esa experiencia de comunidad cultural que las élites sionistas movilizaron para despertar las simpatías de Europa; y este efecto de identificación y reciprocidad produce una sacudida moral y afectiva en el lector europeo, que ya no puede seguir ignorando el dolor de un semejante. Aunque sólo sea por esto, habría que imponer “Fuera de lugar” como lectura obligatoria de la ESO, junto a “Matar un ruiseñor” de Harper Lee y “Si esto es un hombre” de Primo Levi.
Una serie de dis-locaciones o bi-locaciones (árabe, pero cristiano; palestino, pero estadounidense; educado en la lengua del Corán y en la de Shakespeare), ascendió a Said al privilegio de un dolor que él siempre quiso que siguiera siendo el dolor de un privilegio. Los fanáticos que condenan las piedras y aplauden los misiles reprocharon a Said sus críticas a Israel, pero también el lugar confortable desde el que estaban hechas. Más confortable hubiese sido no hacerlas, como ocurrió con tantos otros que, llevados de una comprensible pero abyecta gratitud o de un complejo de inferioridad típicamente colonial, han acabado agradeciendo sus ventajas personales con un “americanismo” fundamentalista e incondicional. “Como americano que lleva una vida de privilegio y estudio en la Universidad de Columbia”, declaró Said en su discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias en el 2002, “donde he tenido una suerte enorme en mi vida como profesor, llegué a comprender muy pronto que tenía que elegir entre olvidarme de mi pasado y de los muchos familiares que se convirtieron en refugiados sin hogar en 1948 o dedicarme a paliar los efectos de los traumas producidos por el sufrimiento y el despojo escribiendo, hablando y dando testimonio de la tragedia de Palestina. Me enorgullece decir que escogí este último camino y con él la causa de una política estadounidense no militarista y no imperialista”. Habrá quizás diez intelectuales tan honestos como él; cien con una preparación igualmente sólida; mil con su misma inteligencia; y hay, desde luego, miles de hombres comunes igualmente combativos. Pero era el único intelectual al mismo tiempo honesto, preparado, inteligente y combativo cuyas palabras sobre Palestina eran reproducidas por cincuenta periódicos y sus libros difundidos en 30 lenguas. Por eso, la Palestina afónica ha perdido momentáneamente la voz. Said murió enojado, con una pluma temblorosa en la mano y pidiendo a su hija que continuase la lucha. Esa lucha es de todos, sí, pero es en la propia Palestina donde su legado tiene que fructificar. Said, que admiraba la resistencia de sus compatriotas, entendió muy pronto que las armas nunca podrían triunfar sin neutralizar la propaganda sionista con un discurso riguroso que se sirviese de sus propios medios. Si no se podía ser más fuerte que ellos, había que ser más justos, más inteligentes, hacer sonar más alto las verdades que sus mentiras. Había que destinar recursos a la persuasión de la opinión pública. Había que seguir produciendo militantes, pero también buenos políticos, testigos de crédito, intelectuales libres capaces de hacer oír su voz en los foros internacionales. Palestina, que se ha quedado ronca de tanto gritar, tiene que cambiar de garganta. Said les ha mostrado el camino.
Cuando acabo de redactar estas líneas, leo la noticia de que aviones israelíes han bombardeado Siria por primera vez en veinte años y Bush ha declarado que “Israel no debe sentirse constreñida en la defensa de su territorio” (ni siquiera por su propio territorio: lo que es una bonita y hitleriana forma de decir que las agresiones de Israel, como las de EEUU, no pueden ser contestadas y que los agredidos, los ocupados, deben “constreñirse” hasta desaparecer). Imagino el “enojado” artículo que habría escrito hoy Edward Said y lo echo de menos. Apropiémonos su enojo y abonémoslo con su rigor, su honestidad y su inteligencia. El amigo, el maestro, el enojado Said ha muerto; continuemos su lucha y más tarde le daremos las gracias en una plaza palestina de la Jerusalén liberada.
Jueves 25 de setiembre de 2008
EDWARD SAID Y EL ESTADO BINACIONAL
Por Luz Gómez García*, Diario El País - España
Se cumplen hoy cinco años de la muerte de Edward Said. El aniversario, como todos, sería banal si no fuera porque en el tiempo transcurrido las reflexiones de Said sobre Palestina han cobrado nuevos bríos. Said, más visionario que analista exhaustivo, y mejor polemista que teórico, se caracterizó siempre por su empeño en que se reconociera a los palestinos el derecho a contar su propia historia. Su experiencia vital de palestino y ciudadano estadounidense le dotó de una visión compleja del conflicto entre palestinos e israelíes.
Said, pionero en la idea de un Estado separado del israelí, acabó considerándola inviable
El colapso material y anímico de los palestinos se palpa en cada esquina de los territorios ocupados
En 1980, Edward Said fue pionero en defender el paso de la lucha palestina por la liberación nacional a la lucha por la independencia estatal, esto es, la necesidad de que la OLP aceptara la partición de Palestina y la solución de los dos Estados. Veinte años después, en 1999, señaló que el Estado binacional, se llamara como se llamara, Israel o Palestina, era, aun a largo plazo, la única salida del conflicto. Tanto en una como en otra ocasión, sus posturas levantaron enconadas críticas entre los poderes político e intelectual de ambas naciones, pero el paso de los años parece haber acabado dándole la razón: salvo la derecha sionista más ultramontana, hoy ya nadie discute el derecho de los palestinos a tener un Estado propio en los Territorios Ocupados por Israel en 1967. Sin embargo, esta solución se muestra, a la vista de los acontecimientos, cada vez más inviable, y adquiere protagonismo el convencimiento último de Said de que ambos pueblos pueden y deben vivir en el marco constitucional de un único Estado binacional en el territorio de la Palestina del mandato británico.
Cuando Said publicó The question of Palestine (La cuestión palestina, 1980), Fatah y el Frente Popular para la Liberación de Palestina, las dos principales formaciones de la OLP, le atacaron con virulencia por plantear la necesidad de reconocer a Israel y reducir el objetivo de la lucha nacional a la obtención de la independencia estatal en las fronteras de la resolución 242 de Naciones Unidas. Ya en 1978, Said había llevado a cabo cierta interlocución con la Administración Carter, que parecía interesada en incorporar a los palestinos a una suerte de solución conjunta con Egipto en el marco de la resolución 242. Según el propio Said, Arafat en persona le transmitió la negativa de la OLP a aceptar esos términos, en su opinión más justos y ventajosos para los palestinos que los aceptados en Oslo quince años después. Pero en los años transcurridos entre Camp David y Oslo, se hizo patente que la brecha entre la retórica sobre la liberación de la patria palestina y la realidad era insalvable: en 1982 la cúpula palestina hubo de abandonar por mar Beirut, asediada por el ejército israelí, y en noviembre de 1988 la asamblea del Consejo Nacional Palestino celebrada en Argel proclamó el Estado palestino en un documento que tácitamente reconocía la existencia de Israel y respondía a los retos de la reciente intifada.
Edward Said no llegó a formular sistemáticamente su visión del Estado binacional en el territorio de la Palestina histórica (el actual Israel más los Territorios Ocupados en Gaza y Cisjordania), pero sí la esbozó en varios artículos y conferencias. La idea y la práctica de la ciudadanía, y no de una comunidad étnica o religiosa, sería, según Said, el punto de partida para elaborar una constitución estrictamente democrática y laica, con iguales derechos y responsabilidades para todos sus ciudadanos, incluido el derecho de cada cual a practicar la vida comunitaria a su manera, judía o palestina. Las renuncias al estatuto especial de un pueblo a expensas del otro también serían mutuas: la Ley de Retorno de los judíos y el derecho al retorno de los refugiados palestinos se deberían reconsiderar y retocar conjuntamente; la noción del Gran Israel como tierra sagrada judía y la de Palestina como territorio árabe inajenable habrían de reducir su escala y exclusividad. Según Said, Palestina ha sido siempre una tierra de muchos relatos, multicultural, multiétnica y multirreligiosa, y la idea misma del Estado binacional hunde sus raíces en pensadores judíos (Judah Magnes, Martin Buber, Hannah Arendt) de la época de entreguerras.
En Culture and resistance (Cultura y resistencia, 2003), Said, a la vista de la realidad creada por la Ocupación en los últimos cuarenta años, resumió en cuatro los motivos por los que era ineluctable la solución binacional. En primer lugar, la geografía humana: los asentamientos y sus carreteras han imbricado de tal manera a ambas poblaciones que, salvo la imposible retirada total israelí de Cisjordania, toda solución que conlleve la segregación de israelíes y palestinos es inviable. En segundo lugar, la geografía económica: la recíproca dependencia económica (mano de obra palestina y territorios y servicios israelíes) impide un establecimiento de fronteras excluyentes que no fuerce la expulsión masiva de población. En tercer lugar, la realidad demográfica: Said auguraba que para el año 2010 israelíes y palestinos asentados en Palestina-Israel (que no judíos y palestinos del mundo) estarían igualados demográficamente, de modo que el apartheid en un territorio tan pequeño resultaría inviable en la práctica. Finalmente, Said argüía que la sociedad civil laica israelí estaba planteándose la necesidad de reconstruir la noción de ciudadanía a partir de derechos nacionales y no étnicos, dado el avance, por una parte, del poder ultraortodoxo, y, por otra, de las demandas igualitarias de los israelíes de origen palestino.
Aun reconociendo el carácter utópico de la solución, los escritos de Said insisten en que a largo plazo es la única posible, pues es la única justa y equitativa, y por ello la única que garantiza la paz. Para llegar a ella, es ineludible que Israel reconozca su responsabilidad en el sufrimiento palestino y ofrezca algún tipo de reparación, quizá a través de una comisión de la verdad y la reconciliación como la que hubo en Sudáfrica. El reconocimiento del derecho al retorno de los palestinos expulsados en 1948, uno de los mayores escollos para este proceso, podría abordarse a la luz de la necesaria revisión del derecho internacional sobre derechos de los inmigrantes, una propuesta novedosa que valdría la pena investigar.
La confianza de Said en el potencial del individuo como motor del cambio colectivo, en el papel del intelectual como agente del pensamiento crítico que promueve una conciencia social, no son ajenos a este planteamiento. Aun no siendo optimista sobre la inmediatez en los cambios de todo un sistema, Said siempre apostó por una ciudadanía alerta y concienciada, y desde el humanismo vital que practicaba creía que “palestinos e israelíes tienen que sentir que pueden y deben vivir en pie de igualdad -iguales en derechos, iguales en historia, iguales en sufrimiento- antes de que pueda emerger una comunidad real entre ambos pueblos”.
No es que hoy haya más motivos para la esperanza, sí en cambio para la desconfianza ante las fórmulas ensayadas: la segregación demográfica y territorial naturalizada con el Muro, la bantustanización de Cisjordania y la disgregación de Gaza, el avance de la judaización organizada de Jerusalén, son realidades que, más allá de voluntades políticas concretas, hacen inviable en la práctica una solución que comporte la creación de un Estado palestino soberano. El colapso material y anímico de los palestinos se palpa en cada esquina. También entre los israelíes desprejuiciados y críticos ante las lacras del sionismo. De modo que lo que hasta hace un par de años era un tabú o el delirio de unos pocos radicales (Noam Chomsky, el activista e intelectual israelí Michel Warschawski o los palestinos Azmi Bichara y Mustafá Barguti) comienza a ocupar un lugar en lo futurible. La ciudadanía binacional de israelíes y palestinos en un futuro Estado único basado en la igualdad, en fronteras reconocidas por sus vecinos y en el destierro definitivo del pasado mitológico, habrá de ser abordada.
* Luz Gómez García es profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.
Jueves 25 de setiembre de 2008
EXTREMISTAS JUDÍOS LANZAN UNA BOMBA CONTRA UN PRESTIGIOSO INTELECTUAL ISRAELÍ CONTRARIO A LA OCUPACIÓN
Por Juan Miguel Muñoz, Diario El País - España
En tiempos de inestabilidad en Israel, cercanos al vacío político -la ministra de Exteriores trata de formar Gobierno tras la dimisión de Ehud Olmert-, hay quien no pierde la ocasión. La extrema derecha, alentada por la impunidad, pisa el acelerador.
Que ataquen a los campesinos palestinos no es novedad. Sucede casi a diario. Pero sí lo es lo ocurrido esta madrugada. Los fundamentalistas judíos han lanzado una bomba casera contra el profesor y escritor Zeev Sternhell, laureado este año con el Israel Prize en Ciencias Políticas y notorio opositor a los asentamientos y al asedio de Gaza. El prestigioso intelectual resultó herido por la metralla en una pierna. En los aledaños de su casa, la policía halló panfletos: se recompensará con 200.000 euros a quien mate a un miembro de Peace Now. Al jefe de esta organización pacifista, Yarid Oppenheimer, se le asignó inmediatamente protección policial. Como tiene que soportar escoltas el compositor y director de orquesta Daniel Barenboim.
Los asaltos a pueblos palestinos, como el del pasado 13 de septiembre, apenas suscitan sorpresa. Tras el ataque de un palestino en un asentamiento -un chico resultó herido muy leve- los colonos de Yitzhar, cerca de Nablus, fanáticos entre los radicales, invadieron el pueblo árabe vecino. Dispararon en los pies a un par de lugareños; hirieron a una decena más; causaron destrozos de cristales y depósitos de agua en numerosas viviendas.
El vandalismo quedó registrado en las cámaras de televisión. Y, más grave aún, fue la pasividad absoluta de los soldados. Acompañaban a los colonos en sus asaltos de casa en casa. Sólo miraban. Los colonos regresaron tranquilamente a sus viviendas. Abundan episodios recientes de este cariz: el colono del sur de Hebrón que se acerca a un árabe atado a un poste y le propina una patada en los testículos. También está grabado cómo los uniformados observan la afrenta sin mover un dedo. A veces, los militares y policías son víctimas. Los colonos más fanáticos no se arredran ante nada. Han agredido a agentes, les han lanzado perros...
CRÍTICO CON EL FASCISMO
Sternhell, nacido en Polonia en 1935, ha combatido en las guerras de 1967, Yom Kipur (1973) y en la primera guerra de Líbano (1982). Es uno de los expertos de mayor renombre a escala mundial en las investigaciones sobre el fascismo. Su madre y su hermana fueron asesinadas por el régimen nazi. Sionista convencido, pero en absoluto un propagandista, había recibido amenazas por teléfono. Sus posiciones políticas son anatema para los fundamentalistas judíos.
“De hecho, el sionismo fue un movimiento de conquista, y todos los medios se permitían para lograr el objetivo”, escribió en un artículo publicado en el diario Haaretz en agosto de este año. Y añadía: “Sin embargo, lo que era esencial, y por tanto justificado en los días anteriores a la fundación del Estado, está convirtiéndose en una ocupación desagradable, violenta y colonial. El régimen autoritario en los territorios ocupados, la creación de dos sistemas legales, la dedicación del Ejército y la policía al servicio del movimiento de los colonos, el robo de tierras palestinas. Todo ello simboliza no el cumplimiento del sionismo sino su sepultura. Es entre Hebrón y Yitzhar donde los asentamientos están enterrando el Estado judío democrático”.
Estas palabras suponen una afrenta para el movimiento de los colonos, que detesta y agrede a cualquiera que trata de mostrar la deprimente realidad de los territorios palestinos ocupados. En Hebrón, los líderes colonos boicotean las visitas de diplomáticos, políticos, legisladores israelíes o extranjeros. Llegan a llamar “Hitler” a los activistas, muchos de ellos judíos ortodoxos, que dirigen esas visitas. Lanzan té o agua hirviendo a los visitantes. La policía mira. Estos activistas son odiados, despreciados o ignorados por la mayor parte de la sociedad israelí. Los colonos religiosos, salvo rarísima excepción, son una casta intocable. Conviene no tomar a la ligera sus amenazas. Uno de ellos, Yigal Amir, asesinó al primer ministro Isaac Rabin en 1995.
CONDENAS AL ATENTADO
Diputados del centro-izquierda y la izquierda israelí salieron a la palestra para condenar el atentado perpetrado por ese grupo de ultranacionalistas mesiánicos. “El ataque al profesor Sternhell es un acto cobarde y terroristas de quienes carecen del sentido de la justicia”, afirmó Ofir Pines-Paz, dirigente laborista. Curiosamente, el presidente de este partido y ministro de Defensa, Ehud Barak, ha sido diana de las críticas de Sternhell. “Ehud Barak”, escribió el docente en el citado artículo, “es la persona que soporta la responsabilidad por la alianza entre los colonos y las fuerzas de seguridad. Debemos poner fin inmediatamente y de una vez por todas a esa cultura de la violencia que domina los territorios (ocupados), una cultura que nutre los crímenes de los judíos y el acoso diario a la población civil palestina”.
“Mejor que no nos hablen de que son sólo unas malas hierbas... Estos actos secuaces y peligrosos son el resultado de una aproximación reacia a ver la maldad de quienes ejercen violencia contra soldados, policías y contra todos los que discrepan de la brutalidad de las posiciones de la extrema derecha”, declaró el presidente del izquierdista Meretz, Haim Oron.
Sin embargo, las culpas, a juicio de Sternhell, no recaen únicamente en la derecha israelí. “La derecha al completo y la mayoría de la izquierda tienen la responsabilidad por la creación gradual del desastre en que la sociedad israelí está revolcándose”, opinó el intelectual sobre la empresa colonizadora de Cisjordania. Una misión que nunca se ha detenido, y que el Gobierno de Ehud Olmert, lejos de frenarla, ha impulsado en los últimos meses, desde el comienzo de las negociaciones con los palestinos tras la conferencia de Annapolis, en noviembre de 2007
Miércoles 24 de setiembre de 2008
GAZA: UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE 365 KM2
Fuente: Periódico Digital
Más de un millón y medio de palestinos viven encerrados en la Franja, entre la amenaza de la desnutrición y las incursiones del Ejército israelí.
Una brigada del Estado español, integrada por compañeros del Centro de Medios, cuenta desde dentro la realidad de Gaza, en un especial que ha publicado el periódico Diagonal.
“Esto es una especie de granja de animales: 1,5 millones de personas en 365 km2 a los que echan algunas medicinas y alimentos”. Raji Sourani, director del centro de Derechos Humanos de Gaza, describe con esta sencillez aplastante la situación que vive la Franja de Gaza desde que hace 14 meses Israel impusiera un Estado de sitio.
“Tres cuartos de la población hoy dependen de las raciones de comida que estamos distribuyendo. Cubrimos el 60% de la nutrición necesaria al día, lo que significa que cada familia tiene que buscar otras formas para completar la ración. Algunas familias lo consiguen, otras no”, nos explica John Ging, director de la Agencia de la ONU para la Ayuda a los Refugiados Palestinos (UNRWA), para quien la situación es “realmente muy dramática”. Y no es para menos. En Gaza comienza a haber desnutrición y extrema pobreza: la cifra de desempleados o sin sueldo roza el 70%, el 90% está por debajo de la línea de la pobreza, miles de niños están sufriendo anemia y desnutrición y la mayoría dependen de programas humanitarios de comida.
No son las consecuencias de un desastre natural, sino de una situación política con responsabilidades claras: Israel, con la complicidad de la comunidad internacional, ha prohibido totalmente las transacciones económicas y comerciales cerrando los seis cruces fronterizos de la Franja de Gaza con Egipto e Israel y ha reducido la entrada de combustible y de mercancías a una cantidad mínima, sumiendo al país en una crisis económica y humanitaria sin precedentes. Esporádicamente se permite la entrada de algún tipo de ayuda humanitaria, comida y material médico. Raji compara la situación con la de Irak porque “el movimiento de los productos, por primera vez, ha llegado a un nivel cero”, y denuncia que el Cuarteto para Oriente Próximo, integrado por EE UU, la Unión Europea, Rusia y la ONU, ha otorgado a Israel completa flexibilidad y permiso para hacer lo que quiera con la población en Gaza: “Han decidido boicotearnos y frenar la ayuda en cualquier nivel mientras que Israel endurece el cierre de las fronteras”.
El ministro de Salud de Gaza, Bassam Naim, es más incisivo: “Estamos sufriendo una verdadera limpieza étnica en cuentagotas, con métodos limpios, como no permitir el acceso a medicamentos, por lo que la gente se muere”.
BLOQUEO ISRAELÍ
Para ilustrar el cierre de las fronteras, el director de la UNRWA ofrece un ejemplo: “Todos los días hay 89 o 90 cargas de camiones de productos básicos por uno de los cruces fronterizos, cuando en realidad se necesitan 400”. La escasez no es casual, tampoco que los alimentos y todos los bienes de primera necesidad hayan duplicado su precio.
Las autoridades israelíes justifican el bloqueo de Gaza por tierra, mar y aire como respuesta a los ataques palestinos, en especial a los cohetes lanzados desde Gaza contra la cercana ciudad israelí de Sderot. Como ha quedado documentado por varias organizaciones, la mayoría de los cohetes ‘qassam’ lanzados contra Israel han caído en espacios abiertos, sin causar víctimas mortales israelíes.
El conflicto interno entre Fatah y Hamás también ha otorgado cobertura a Israel y Occidente para practicar el estrangulamiento de la gente en Gaza. Los duros enfrentamientos entre los grupos armados de Fatah (Brigada de los Mártires de al-Aqsa) y de Hamás (Brigadas de Izziddin al-Qassam) desde febrero de 2006 (un mes después de que Hamás ganara las elecciones legislativas) terminaron con la “toma de poder”, como lo ha denominado el CDHG, de toda Gaza por parte de Hamás en junio de 2007. Entonces, el líder de Fatah y presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, declaró un Gobierno de emergencia con la colaboración de EE UU e Israel, invalidando al Ejecutivo islámico de Hamás. Israel, por su parte, amparado por la comunidad internacional, aprovechó para estrechar el cerco en Gaza. Para el abogado Raji, que ha documentado la violación de derechos humanos por las facciones armadas palestinas, “Israel, EE UU y Europa han estado políticamente y posiblemente en la práctica detrás de esto, confrontando a Hamás”.
Con el pretexto de protegerse, y más ahora con el Gobierno electo de Hamás, al que no reconoce, Israel blinda las fronteras de Gaza, impidiendo no sólo la entrada de productos básicos, sino el movimiento de las personas: trabajadores que han perdido su empleo, estudiantes de la Franja que no pueden aprovechar sus becas en otros países (ni aunque sea en Estados Unidos) y, más grave, personas enfermas que no pueden ser atendidas en Gaza y que pierden la vida. “Todos los días tenemos un nuevo grupo de pacientes, de 30 a 40, a los que les han denegado la salida, y el número de pacientes que muere se está incrementando dramáticamente. El último día registramos ocho pacientes que murieron porque no les dieron la oportunidad de ser tratados fuera”, explica el ministro de Salud. Para “protegerse”, Israel también dificulta el trabajo de la ayuda humanitaria, cuyos costes operativos han aumentado como consecuencia de las restricciones en los pasos fronterizos. Por ejemplo, la asistencia alimentaria le cuesta a la UNRWA 20 dólares estadounidenses por persona al día, cuando en 2004 eran menos de ocho dólares.
La tregua entre Hamás e Israel que se firmó el pasado 9 de junio, con la mediación egipcia, parecía que iba a flexibilizar el cerco. Pero las expectativas de la población de Gaza se han visto truncadas: “La gente pensaba que la comida iba a volver a estar disponible, que los materiales de construcción iban a entrar de nuevo, que iba a ser posible encontrar trabajo y, lo más importante, que se abriría la terminal de Rafah [con Egipto], así la gente podría viajar para recibir tratamiento médico y los estudiantes ir a las universidades. Pero eso no ha sucedido. Puedes sentir la frustración de la gente: ‘¿para qué el alto el fuego?’. Eso es lo que la gente dice hoy”. Una desesperanza y una advertencia en la que también coincide el Doctor Bassam Naim: “Día a día vemos cómo la gente está perdiendo su confianza en el alto al fuego. Y te puedo asegurar que si esto no cambia pronto, nosotros no podemos asegurar el control de las fronteras, de los cohetes”.
ROMPIENDO EL BLOQUEO INFORMATIVO Y HUMANITARIO
Desde el “alto el fuego” entre Hamás e Israel firmado el 9 de junio de 2008, la crisis humanitaria que atraviesa la Franja de Gaza ha quedado fuera de la agenda informativa internacional. Sitiada por tierra, mar y aire, Gaza sufre un bloqueo económico sin precedentes. El informativo es otro de los cercos que trató de romper la acción solidaria de los dos barcos que partieron de Chipre y atracaron en el puerto de pescadores de Gaza el 23 de agosto. Los 46 “navegantes”, representantes de la sociedad civil internacional, rompieron el silencio informativo al convertir Gaza en noticia y denunciar que el bloqueo que se le ha impuesto a la población palestina bajo ocupación en este territorio es una vergüenza, inhumano e injusto, además de ilegal. La entrada de solidarios internacionales es prácticamente imposible en Gaza. Sin una coartada de trabajo o alguna actividad que no te vincule a organizaciones palestinas, la Administración de Israel, que es quien controla la entrada y salida de personas en Gaza por el paso fronterizo de Erez, puede rechazar tu visado o dilatar los trámites hasta agotar tu estancia. Las personas que entran tienen que someterse a un exhaustivo control que roza la humillación y desprenderse de cualquier material político o humanitario para evitar problemas en la salida.
Miércoles 24 de setiembre de 2008
MISIÓN: AISLAR GAZA DE CISJORDANIA Y JERUSALÉN
Fuente: Periódico Digital
El plan de desconexión de Gaza, presentado por Israel como “un paso hacia la paz”, ha significado para los habitantes de la franja la “institucionalización de la ocupación”.
La ONU ha condenado públicamente el bloqueo de Gaza por Israel, que dura ya más de 14 meses. Ha sido una iniciativa del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y no de su secretario general, Ban ki-Moon, quien llegó a llamar “Israel” a Jerusalén Este en una reunión con líderes palestinos. Como otras organizaciones de corte humanitario, la ONU considera el cerco de la Franja de Gaza un “castigo colectivo” que afecta a la población civil y exige su cese.
Para Raji Sourani, director del Centro de Derechos Humanos de Gaza, que lleva años encerrado en este territorio de menos de 400 km2, el cerco no es un castigo, o no sólo, sino parte de la política de ocupación israelí, y lleva gestándose años. “Israel practica el cierre y el sofocamiento desde 1998 [durante la primera Intifada, Israel ya cercó la Franja, aunque entonces con alambrada de espino], se podría decir que incluso antes. Desde la segunda Intifada [en 2000] se recrudeció el estrangulamiento de la gente de Gaza, y el 95% de la población no puede moverse por razones política y económicas: Israel quiere desconectar Gaza de Cisjordania y Jerusalén”.
Desde que en 2005 Israel culminara el desmantelamiento de sus asentamientos en Gaza, con 6.000 colonos israelíes (según los cálculos del CDHG), la Franja quedó a merced de sus bombardeos, las incursiones militares y del “embargo económico”. Esa transferencia de colonos de Gaza a Cisjordania, conocida como el Plan de Desconexión de Gaza, fue aplaudida internacionalmente como un paso hacia la paz por parte de Israel. Sin embargo, Gaza nunca ha dejado de estar controlada por tierra, mar y aire por Israel. Si hay algo en lo que no duda ninguna persona que visita Gaza es de que sigue ocupada por el Gobierno israelí.
“Israel vendió una ilusión al mundo”. Es el veredicto de Raji, para quien la desconexión de Gaza significó la “institucionalización de la ocupación” pues la comunidad internacional la reconoce legalmente. No sólo era costoso mantener la seguridad de sus 6.000 colonos en un territorio de 365 km2 habitado por un millón y medio de palestinos, sino que en este territorio tan densamente poblado Israel no podía expandir sus asentamientos de colonos. Por otra parte, Israel centró su política sionista en reocupar Cisjordania.
El Centro de Derechos Humanos de Gaza advirtió entonces que se agudizaría la judaización de Jerusalén, y que en Cisjordania se incrementarían los asentamientos de israelíes, que el muro en Cisjordania iba a ir a una velocidad insólita y los derechos humanos de los palestinos se iban a deteriorar. Por criticar la “desconexión de Gaza” fueron condenados por la UE; “era ir contra la paz”. El tiempo les ha dado la razón. Centenares de asentamientos israelíes han anexionado alrededor del 20% de los territorios palestinos en Cisjordania, duplicándose este último año, según un informe reciente de la ONG israelí Peace Now. Se han construido 570 chekpoints, que, junto al muro, dividen Cisjordania en pedazos y controlan el libre movimiento de las personas palestinas. Además, la demolición de casas y las incursiones israelíes militares continúan.
Miércoles 24 de setiembre de 2008
INVESTIGADORES DESCUBREN QUE LA FÁBRICA DE ARMAS NUCLEARES ISRAELÍ ESTÁ OCULTA DEBAJO DEL DESIERTO DE NEGEV
Fuente: Kaos en la red, La Haine
Traducido al castellano por Ivana Cardinale
Confirman que Israel posee el sexto lugar como país con la mayor cantidad de reservas de armas nucleares, incluyendo cientos de cabezas nucleares.
El Sunday Times ha revelado que una fábrica israelí, debajo del desierto de Negev, está manufacturando armas termo-nucleares para bombas atómicas. Los secretos de la fábrica subterránea han siso develados por el equipo de expertos del Sunday Times.
Ocultada debajo del desierto de Negev, la fábrica ha estado produciendo cabezas atómicas en los últimos 20 años. Ahora ciertamente ha comenzado a manufacturar armas termo-nucleares, con producciones lo suficientemente grandes para destruir ciudades enteras, dice el reporte.
La información acerca de la capacidad de Israel para fabricar la bomba, viene del testimonio de un ex empleado de Dimona, el técnico nuclear Mordechai Vanunu. El testimonio y las fotografías de Vanunu, confirman que Israel posee el sexto lugar como país con la mayor cantidad de reservas de armas nucleares, incluyendo cientos de cabezas nucleares.
Israel ha poseído su fábrica secreta de armas por más de dos décadas, y su instalación nuclear está equipada con tecnología de extracción de plutonio francesa, el cual transformó a Dimona, de un establecimiento de investigación a una instalación de producción de bombas. Los científicos nucleares consultados por el Sunday Times, calculan que por lo menos 100 y tantas como 200 armas nucleares de poder destructivo variado han sido montadas – 10 veces la fuerza previamente estimada del arsenal nuclear israelí-.
Theodore Taylor forma parte del grupo de científicos, quien recibió enseñanza de Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, y quien encabezó el programa de pruebas de armas nucleares del Pentágono. Taylor estudió las fotografías tomadas por Vanunu dentro de Dimona y una trascripción de su evidencia cerca de Washington la semana pasada.
“No debería haber dudas de que Israel es, y por lo menos lo ha sido por una década, un estado lleno en armas nucleares. El programa de armas nucleares israelí es considerablemente más avanzado de lo que indique cualquier reporte anterior o conjeturas de las cuales yo tengo conocimiento,” afirmó Taylor.
La evaluación de Taylor ha sido confirmada por otros eminentes científicos nucleares a quienes les mostraron las fotografías y evidencias suministradas por Vanunu.
Lunes 22 de setiembre de 2008
POGROM EN NABLUS
Por Khalid Amayreh, Al Ahram Weekly / Rebelión
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Con el consentimiento, ostensiblemente tácito, del ejército ocupante israelí, bandas de terroristas judíos, conocidos también como colonos, han venido asaltando a indefensos civiles palestinos y arrasando sus propiedades en muchos lugares de Cisjordania.
El incidente más grave tuvo lugar esta semana en el pueblo de Asira Al-Qibliya, situado al sur de Nablus, cuando docenas de colonos-terroristas fuertemente armados empezaron a atacar a la pacífica comunidad árabe, disparando indiscriminadamente contra los aterrados palestinos y destrozando sus hogares y vehículos.
Temiendo por sus vidas, los habitantes del pueblo huyeron de él o levantaron barricadas en sus propias casas mientras los soldados israelíes se negaban a hacer esfuerzos verdaderos para detener los estragos de los colonos. El grupo israelí de derechos humanos, B’tselem, filmó los sucesos y en ellos se mostraba cómo los soldados estaban presentes en el escenario del desastre sin hacer virtualmente nada para detener la violencia.
Cuando finalizó el intento de pogromo, había ocho habitantes del pueblo heridos, presentando dos de ellos heridas graves por arma de fuego.
Hassan Sharif es el presidente del consejo local de Asira Al-Qibliya. Acusó al ejército israelí de “connivencia, cooperación y coordinación con los colonos. Estaba palmariamente claro que los soldados no actuaban con seriedad frente a los terroristas. Los colonos se comportaron y actuaron como si hubieran recibido luz verde del ejército”.
Los colonos dijeron que se estaban vengando por un incidente anterior en el que un chico de los colonos fue atacado por un agresor palestino no identificado. El chico había resultado sólo levemente herido, lo que arrojaba dudas sobre la credibilidad del relato israelí sobre el incidente. Algunos expertos palestinos e israelíes rechazaron las justificaciones de los colonos por ser una mentira descarada. “Sencillamente querían matar palestinos y crear una atmósfera de terror para hacernos huir y abandonar la tierra para esos matones”, dijo Ahmed Asayra, un profesor de la localidad.
El punto de vista del profesor se vio confirmado por las palabras del rabino local Yitzhar: “Debemos adoptar una política de castigo colectivo contra los árabes, incluso al nivel de represalias. Van a presentarse muchas oportunidades para que animemos a los árabes a que se vayan o para deportarles a la fuerza. Pero ahora debemos empezar alentándoles a que se marchen”, dijo el rabino David Dudkevitch.
Rabinos sionistas como Dudkevitch enseñan que los no judíos que viven bajo la ley judía han de ser esclavizados para labrar la tierra “tirando de arados de madera o para transportar agua”, o ser expulsados o exterminados. También sostiene que en tiempo de guerra, los judíos pueden matar a civiles no judíos a voluntad sin entrar a considerar si esas personas son o no inocentes.
Otros rabinos extremistas, como David Batsri, enseñan abiertamente que los no judíos son realmente animales en la esencia de su naturaleza y que Dios les creó con forma humana sólo en deferencia a los judíos, ya que no es propio de los judíos dejarse servir por animales. La moral de esta teología de la intolerancia es que las vidas de los no judíos no son sagradas.
En realidad, esas bárbaras y aterradores interpretaciones talmúdicas no se limitan ya a unos pocos rabinos fanáticos. Representan el pensamiento dominante dentro del sionismo religioso, que muestra hasta dónde están realmente dispuestos a llegar los colonos judíos en sus planes genocidas contra los palestinos.
Un grupo israelí por la paz, Paz Ahora, denunció la indiferencia del ejército ante las acciones de los colonos e instó al ejército a revocar las licencias de armas de los colonos. “Es obvio que los colonos no pierden ni una oportunidad para hacer daño a los palestinos y poner en peligro vidas humanas”, dijo Yariv Openheimer, secretario general de Paz Ahora.
Es probable que el llamamiento de Openhaimer caiga en saco roto dentro del gobierno, el ejército, la Knesset y especialmente el sistema judicial, fuertemente infiltrado de jueces racistas que rutinariamente emiten sentencias en extremo insignificantes para los colonos culpables de atacar palestinos inocentes, a los que incluso causan daños corporales de gravedad.
El primer ministro saliente israelí Ehud Olmert denunció los destrozos de Asira Al-Qibliya, diciendo que Israel no permitiría que los colonos desencadenasen un pogromo contra los no judíos. “El fenómeno de los colonos tomándose la justicia por su mano y arremetiendo con violencia y brutalidad es imperdonable y las autoridades lo atajarán reforzando la ley”, dijo Olmert dirigiéndose al gabinete en su sesión semanal. Añadió que “esperaba que las autoridades tomaran medidas para poner fin a ese grave fenómeno”.
El ministro de Defensa Ehud Barak hizo parecidos comentarios, pero replicó que el ejército ocupante israelí no podía mantener el “estado de derecho” sin la cooperación de la policía y el sistema judicial.
La referencia de Barack a la falta de cooperación del “sistema legal” israelí en los territorios ocupados representa un reconocimiento tardío, aunque importante, de que son los tribunales y jueces quienes dan el visto bueno a las acciones de los colonos, que tienen poderosos partidarios en el gobierno y el ejército.
Este punto de vista se ha visto confirmado por el hecho de que el ejército israelí se ha abstenido de arrestar a los autores del intento de pogromo en Aisa Al-Qibliya, a pesar de las piadosas denuncias de Olmert y Barak. En el análisis final, lo que realmente cuenta, sostienen los activistas de los derechos humanos, es lo que el ejército ocupante israelí hace sobre el terreno, no lo que los políticos dicen a los medios de comunicación.
Hay dos buenas razones para no tomar en serio las denuncias de Olmert y Barak. Primera, el mismo ejército israelí está fuertemente infiltrado de elementos sionistas, especialmente de seguidores de su mentor Abraham Kook. Algunas fuentes israelíes han estimado que más del cincuenta por ciento de los oficiales en activo en el ejército son ellos mismos colonos o seguidores del sionismo religioso. Muchos soldados israelíes que sirven en Cisjordania son asimismo colonos, lo que explica la resistencia del ejército a actuar con mayor contundencia frente a la violencia de los colonos contra los palestinos.
Segunda, Israel está actualmente inmerso en una temporada pre-electoral y los políticos se lo piensan dos veces antes de disgustar y alienarse el poderoso campo religioso sionista. Como los judíos israelíes van velozmente hacia la patriotería de extrema derecha, esta campaña de limpieza étnica continuará a menos que tengan que soportar fuertes presiones del exterior.
Lunes 22 de setiembre de 2008
DESPUÉS DE ANNAPOLIS, CONTINÚA LA ESTRATEGIA Y ACCIONES DILETANTES SIONISTAS
Por Santiago González*, Comité de Solidaridad con la Causa Árabe
Este año 2008, según la Conferencia de Annapolis, tendría que ser el que culminase las negociaciones entre los palestinos e israelíes para constituir dos estados en la Palestina histórica. Es preciso “dramatizar” los últimos pasos de una obra ya repetida. Avanzar la estrategia sionista y mantener el guiñol del Proceso de Paz. Y para eso hacen falta dos actores y que el público sea cómplice de la repetición enésima de la obra.
Los obstáculos: la propia ocupación y avance de la misma por parte israelí, la falta de respuesta palestina (y su división) y la normalización ideológica del sionismo en los Gobiernos occidentales.
Riad Malki, el ministro de exteriores del Gobierno palestino que suplantó al legal, tras los sucesos de Gaza de 2007, nombrado por el Presidente Abbas, dijo esta primavera en Madrid, a propósito de Annapolis, que la Comunidad Internacional, la UE o los Estados Unidos como árbitro de ese Acuerdo, no habían respondido, ni presionado a Israel cuando el Gobierno de Olmert, a los dos días de la Conferencia, ya anunció nuevos asentamientos y colonias en los Territorios Ocupados Palestinos. Esta falta de respuesta provocaba, según sus palabras, que la denominada Autoridad Palestina careciese de autoridad moral frente al pueblo palestino e incluso con el conjunto de los Gobiernos de la Liga Árabe que, previamente a Annapolis, habían ratificado el Plan Saudita de Paz, llamado de Beirut, que consiste en la retirada israelí a las fronteras surgidas tras la guerra de 1967 y contemporáneamente, al reconocimiento conjunto de Israel por parte de todos los países árabes: una completa normalización.
La denuncia de que el árbitro o árbitros dejaban hacer a Israel hechos consumados, nuevas colonias, prolongación del Muro en Cisjordania, etc., iba a provocar, según Malki, que si no se revertía la situación en la próxima conferencia... y ahí enumeraba una cascada de ellas (el encuentro entre los Presidentes Bush y Abbas, la conferencia de donantes o la reunión de Moscú, entre los Presidentes ruso y palestino), la Autoridad Palestina tendría que plantearse su función. No explicitaba si podría existir dimisión, renuncia o denuncia del Acuerdo de Annapolis u otros o cualquier otra cosa. Estas fintas diplomáticas-dialécticas de tantas veces decirlas y no utilizarlas ha provocado escepticismo en las cancillerías occidentales y devaluación de sus tomas de posición ante unos medios de comunicación que beben informativamente de las notas de prensa y de discursos propagandísticos de los Portavoces y Gobiernos israelíes y occidentales que repiten como mantras “proceso de paz”, “proceso de paz”... mientras ocultan la estrategia sionista de ocupación y hechos consumados de la que son cómplices.
Este año 2008, según la Conferencia de Annapolis, tendría que ser el que culminase las negociaciones entre los palestinos e israelíes para constituir dos estados en la Palestina histórica. Es preciso “dramatizar” los últimos pasos de una obra ya repetida. Avanzar la estrategia sionista y mantener el guiñol del Proceso de Paz. Y para eso hacen falta dos actores y que el público sea cómplice de la repetición enésima de la obra. Malki quiere despertar coherencias en la Unión Europea y la Comunidad Internacional entre el derecho internacional y sus acciones políticas para que sancionen a Israel, por sus vulneraciones, mantener la política divisionista de la Presidencia palestina y hacer verosímil un Proceso y una paz justa.
Pero, se encuentra con varios obstáculos, la propia ocupación y avance de la misma por parte israelí, la falta de respuesta palestina (y su división) y la normalización ideológica del sionismo en los Gobiernos occidentales.
Es indudable que el proceso sionista de ocupación avanza. El resto, lo formalmente no ocupado, ya sea Gaza o los bantustanes de una parte de Cisjordania (el Valle del Jordán y los acuíferos han sido despoblados de palestinos) vive subsidiado de la comunidad internacional y depende colonialmente de la economía israelí.
Olmert u otro dirigente israelí, independientemente de sus circunstancias, porque podría llamarse Peres, etc., de corrupción política y equilibrios parlamentarios, mantiene la estrategia de judaizar Israel y mantener todavía la complicidad de que existe un Proceso de Paz (ya sea con Occidente o con la Autoridad Palestina que tenga enfrente). Olmert cuando fue alcalde de Jerusalén, amplió sus límites urbanos, impidió la renovación o nuevas viviendas a los vecinos palestinos, expropió todo y construyó todo en Jerusalén Este al alcance de su larga mano. Se cerró la Casa de Oriente, la sede informal del Gobierno palestino, etc. Con la complicidad occidental.
Esa estrategia sionista, de cualquier dirigente, pasa por ocupar todo lo posible el territorio de la Palestina histórica, eliminar o limitar la presencia de cualquier población contraria a la hegemonía sionista para ese Israel, Estado judío, como si cada uno de los elementos anteriores y su significado, conquista, limpieza étnica, pauperización de la población árabe segregada, colonización de los recursos y la economía palestina, y su realización impune estuviera por encima de todo y de todos. Incomprensiblemente, desde el punto de vista del derecho, la ideología sionista ha ido ganando espacio. Ya sea por lograr la identificación entre los cristianos evangelistas y aceptar la práctica política israelí como procedente del pueblo elegido; por miedo a que la crítica sea señalada como antisemita y procedente de ínfulas o defensa del totalitarismo asesino nazi o su complementario, como compensación actual a otras generaciones y personas de los hechos realizados por el Eje, obviando la afrenta al sojuzgado pueblo palestino; por pura estrategia colonial de crear tensión y destruir en luchas cainitas la potencialidad de desarrollo del mundo árabe, manteniendo a una élite gerencial de regímenes corruptos, sin alterar la extracción de petróleo... la asunción de la ideología sionista por parte occidental va ganando enteros. Los líderes israelíes consideran que “ya” están normalizados y que los que tienen que aceptarlo, como fruta madura, son los regímenes árabes.
Por otro lado, la Autoridad Palestina y el liderazgo palestino han ido abandonando fronteras de seguridad jurídica por mor de que no se les considerase contrarios a una Paz, admitiendo pasos tácticos de la estrategia estadounidense-israelí. Si en la Conferencia de Madrid no estuvieron en delegación independiente y propia pero se hacia bajo los auspicios del derecho internacional y las Resoluciones de las Naciones Unidas, en Oslo, en negociaciones secretas, se pasó a un intercambio de promesas sin que hubiera un fin o una limitación de prácticas coloniales (nuevos asentamientos, por ejemplo) por parte israelí. El paso de la Hoja de Ruta y el condicionamiento al nuevo Gobierno democrático palestino dirigido por Hamas, involucrando a las Naciones Unidas, sin que, ni siquiera, se exigiera lo mismo al Estado ocupante, al aceptarlo la Presidencia Palestina, supone una deriva que parece no tener fin. Eso hace que se envalentone el Gobierno israelí –y la comunidad internacional adormecida no se sienta involucrada y considere que es una cuestión a resolver entre las partes, obviando la asimetría de las mismas-, cuando exige que se acepte el carácter judío del estado de Israel o que se abandone la defensa de los refugiados palestinos. Ambas cuestiones fueron contestadas por los palestinos.
Pero en el día a día, lo que se visualiza de las gentes de la Autoridad Palestina, las únicas reconocidas por los Gobiernos, tras el bloqueo de Gaza, el trazado informal de unas fronteras con el Muro o la expulsión de la población palestina del Este del Muro o del Valle del Jordán, a pesar de las notas de protesta, declaraciones,... es un amoldarse a esa situación, darse la mano con las autoridades israelíes que ordenan esas acciones, sonrisas y protestas y poco más. En resumen, ¿Autoridad subvencionada de papel?
El proceso de normalización es el trato de socio, como igual, de tantos Gobiernos y organismos, en el plano económico, militar, etc. El trato de semejante al colonial Olmert con el que se “comparten valores”. Maniobras militares israelíes con países de la OTAN –incluyendo a un buque español- antes de su invasión a Líbano. El trato preferencial con la Unión Europea o con su política de vecindad, compra-venta de armamentos, aceptación de sus actos terroristas a una población sitiada, asesinatos gratuitos, colonización y expulsión,... Que Estados Unidos, la UE, la OTAN, la OCDE, Eurovisión o la FIFA no contemplen a Israel como Estado ocupante, segregacionista, violador de derechos humanos y toda la pléyade del derecho internacional, cuando además tienen las pruebas todos los días, muestra el abismo entre la “normalización” de un Estado étnico en territorio palestino y las posiciones de defensa de una paz justa.
Por eso, sin afectar a la estrategia israelí, se sueltan presos, sin que se paren los asaltos militares israelíes en Cisjordania. Se clausuran radios o se destruyen archivos que pudieran mantener resistencia o futuras demandas. Se sigue cobrando el agua a precios diferentes a palestinos o a colonos. Y se siguen dando apretones de manos y escenificando Procesos, con contrapartes actorales que lo tienen difícil para mantener su papel de héroes cuando parecen ser meros comparsas de un guión ya trazado.
Se carga informativamente sobre la corrupción de Olmert para conseguir dádivas para su partido, pero no se menciona su rol sionista detrás de cada decisión de su biografía política.
Ante eso, se puede distraer la atención pública con un cambio de personas. Las elecciones de Israel o de Estados Unidos pueden servir de excusa para paralizar la atención de la colonización permanente. También, puede continuar la obra, sin más aplazando la catarsis del vencimiento previsto de 2008, alargando la obra con otra Hoja de Ruta que se le ocurra a cualquier protagonista.
En todo caso, no es por aquí por donde se pueden arreglar las cosas. Y desdichadamente, la política del Presidente Abbas que no apoya una reconciliación interpalestina, ni denuncia este Proceso mantra de paz, tampoco
Nuevamente, hay que afectar a las políticas gubernamentales occidentales para lograr su coherencia entre derecho y práctica. Las próximas batallas están en la candidatura de Israel en pertenecer a la OCDE y la política de vecindad de la UE o la revisión de la conferencia antirracista Durban II. Las acciones judiciales contra militares israelíes, saltarse el bloqueo de Gaza, denunciar la política expansionista comercial sionista, movilizar a la opinión pública occidental, consolidar alianzas con los internacionalistas israelíes y la resistencia palestina, en suma siguen siendo las herramientas eficaces ante la abulia, cómplice, de los gobiernos. No aceptar y, por lo tanto, combatir, esa normalización. En los planos económicos e ideológicos.
* Santiago González es economista y miembro del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe
Lunes 22 de setiembre de 2008
ISRAEL NIEGA UNA EDUCACIÓN A SUS VÍCTIMAS: UN POLITICIDIO EN TODA REGLA
Por Junaid Levesque-Alam, Revista Sin Permiso
Traducción: Xavier Fontcuberta Estrada
El amiguete favorito de EEUU en Oriente Medio, financiado con 6 mil millones de dólares al año, dispone de un sólido historial de operaciones de limpieza étnica. Descontando unas pocas universidades, este hecho aquí es mayoritariamente ignorado por razones políticas, pero los propios historiadores de Israel han rastreado minuciosamente los archivos nacionales y militares sacando a la luz la expulsión de Israel de cientos de miles de palestinos durante la guerra de 1948.
El resultado de esa desposesión se puede observar todavía hoy. Cuatro millones de palestinos viven y mueren enjaulados en guetos totalmente controlados que se extienden sobre menos de una quinta parte del territorio que antes les perteneció, ocupado hoy por Israel. Mientras, Israel permite que judíos nacidos en cualquier parte del mundo se establezcan en esta tierra expropiada.
Pero una cosa es evitar que la gente reclame la propiedad que le ha sido robada, y otra bien distinta impedirles férreamente que salgan de esa cárcel.
Y sin embargo eso es precisamente lo que ocurrió la semana pasada, cuando Israel impidió que estudiantes palestinos con una beca Fulbright viajasen a EEUU, a pesar incluso de un episodio sin precedentes de desobediencia civil por parte de un diplomático americano.
Los estudiantes seleccionados son de Gaza, un campo de concentración de un millón y medio de personas al cual Israel ha sometido a un castigo colectivo desde que Hamas ganó las elecciones. Excepto en casos de “emergencia”, son muy pocos los suministros que se permite que entren en el campo, lo que implica que los niños crezcan con malnutrición, que las enfermedades crónicas queden sin tratamiento y que la pobreza y el hambre campen a sus anchas.
Israel ha permitido que este año saliesen sólo 60 de los 600 estudiantes de Gaza que han sido aceptados por universidades extranjeras para cursar allí sus estudios. Siete estudiantes con una beca Fulbright estaban entre los retenidos.
EEUU ha tratado de intervenir, con Condoleezza Rice expresando que “si no puedes atraer a los jóvenes y darles un buen horizonte para sus esperanzas y sus sueños, entonces no sé cómo va a haber futuro alguno para Palestina”.
Entonces los israelíes echaron balones fuera diciendo que iban a agilizar el proceso, pero siguiendo poniendo impedimentos. Uno de los diplomáticos estadounidense, cansado de tantos retrasos y excusas cuando trataba de sacar a dos de los estudiantes, hizo una sentada de protesta en medio de la frontera entre Israel y Jordania. ¿Puede uno imaginarse una escena tan reveladora ocurriendo en cualquier otro país “aliado” de los Estados Unidos? En una impecable demostración de nuestra “relación especial”, los funcionarios americanos se ven obligados a escenificar actos de desobediencia civil para poder hacer su trabajo.
Pero no funcionó. Ambos estudiantes vieron como sus visas eran revocadas justo después de cruzar la frontera. Uno de ellos ya había llegado a Washington D.C., para luego ser embarcado de nuevo hacia Jordania.
Los israelíes echaban humo por el incidente, mientras uno de sus principales funcionarios del Ministerio de Exteriores apareció bramando que “es una auténtica vergüenza. Si yo me hubiese comportado de ese modo en una frontera estadounidense, o estaría en la cárcel o ya no estaría en los Estados Unidos”. Hasta ahí llega el narcisismo de Israel: negar una educación a los más desfavorecidos es política nacional; protestar por ello es “una vergüenza”.
Se trata sin embargo de un episodio revelador. Los israelíes despotrican sobre el “odio palestino” y la maldad de la ideología de Hamas – y después encierran en una caja a los jóvenes palestinos junto con Hamas y tiran la llave. Como dijo uno de los estudiantes, abatido, “si me quedo aquí sentado sin trabajo, sin alternativas de educación o empleo, puede que también acabe dejándome barba y uniéndome a los demás”.
Pero tal vez no sea una posición tan estúpida. Como dijo uno de los estudiantes palestinos que salió, el estrangulamiento que ejerce Israel “divide la sociedad”, pues aquellos palestinos que tienen contactos consiguen mientras otros bullen de resentimiento. La gran esperanza de la política israelí, acertadamente llamada “politicidio” por el historiador israelí Baruch Kimmerling, es que los palestinos quiebren y se colapsen bajo la presión acumulada de interminables vejaciones.
Como alardeaba el jefe del estado mayor ante el Knesset hace 25 años, “cuando hayamos colonizado el territorio, todo lo que los árabes podrán hacer al respecto será corretear por ahí como cucarachas ebrias en una botella”. No ha ocurrido, todavía.
M. Junaid Levesque-Alam habla sobre EEUU y el Islam en Crossing the Crescent y escribe sobre la identidad musulmana americana en la revista WireTap. Co-fundador de Left Hook, una revista juvenil que se editó desde noviembre de 2003 hasta marzo de 2006, trabaja como coordinador de comunicación de una agencia contra la violencia interna ubicada en la ciudad de Nueva York.
Lunes 22 de setiembre de 2008
LOS NIÑOS PRIMERO… EN LA LISTA DE VÍCTIMAS
Por Mel Frykberg, IPS Noticias
Los niños de Palestina son víctimas de violencia indiscriminada a manos de las fuerzas israelíes y como consecuencia de los combates entre facciones internas, advirtió la ONU (Organización de las Naciones Unidas).
En su informe de agosto, la Oficina de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) para la Coordinación de Asuntos Humanitarios expresó su preocupación por la inadecuada protección que reciben.
Ahmad Husam Yousef Mosa, de 10 años, “murió de un balazo en la cabeza disparado por la policía fronteriza israelí, luego de una protesta en la aldea cisjordana de Ni'lin” en julio, destacó en su más reciente informe al respecto la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios.
Al día siguiente, los médicos diagnosticaron que el joven Yousef Ahmad A'mira, de 15 años, tenía muerte cerebral: había recibido varios balazos en la cabeza, disparados a quemarropa por la policía fronteriza de Israel.
“Otros 44 niños fueron heridos ese mes en Cisjordania y en la franja de Gaza, donde dos murieron y siete resultaron heridos a causa de enfrentamientos entre facciones palestinas rivales”, agregó el informe.
En lo que va del año, “el número de niños muertos es de 95 palestinos y cuatro israelíes, y hubo 386 heridos palestinos y ocho israelíes”, señaló el estudio.
El palestino Muhammad Ayman, de 18 años, vive en la aldea cisjordana de Al-Mazra'a Al-Qiliya, cerca de Ramalá. Vio a su amigo Muhammed Shreitih morir desangrado tras ser baleado en la cabeza por un colono israelí, durante una protesta contra las incursiones del ejército de Israel en Gaza.
“Me cuesta dormir por las noches y todavía tengo pesadillas. Me despierto bañado en sudor tras ver la cara de Muhammed en un charco de sangre”, relató a IPS.
El colono israelí abrió fuego contra Ayman y varios de sus amigos, pero sólo Shreitih fue alcanzado.
“Comenzó a dispararnos incluso antes de que llegáramos al asentamiento. Se dirigió hacia nosotros y empezó a tirar a unos 50 metros de distancia”, agregó.
Una investigación de la policía israelí determinó que el colono había actuado “en defensa propia”.
El psicólogo Marwan Diab, quien atiende a niños traumatizados por la endémica violencia en el marco del Programa Comunitario de Salud de Gaza, advirtió que el impacto en los futuros líderes palestinos o ciudadanos en su vida adulta es alarmante.
“Toda una generación de niños palestinos afronta el peligro de sufrir un daño psicológico irreparable si no cuentan con ayuda inmediata y si no mejoran las condiciones políticas, sociales y económicas en Gaza”, dijo a IPS.
“Estamos muy preocupados por esos niños”, señaló Patricia McPhillips, representante especial del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en territorio palestino.
“Sólo el año pasado, 37.500 niños participaron en nuestras reuniones de terapia de grupo, 1.200 en sesiones individuales. También visitamos a 800 familias, en sus casas y hospitales, luego de episodios traumáticos”, relató a IPS.
Más allá del alto número de muertos y heridos, los niños palestinos deben superar desafíos abrumadores para llevar una vida normal a causa de la discriminación, la pobreza, la ausencia de escuelas o sitios de recreación y un horizonte político que no ofrece esperanzas para su precaria existencia.
El director para Gaza de la Agencia de las Naciones Unidas de Asistencia a los Refugiados de Palestina en Medio Oriente (UNRWA, por sus siglas en inglés), John Ging, dijo a IPS que entre 50 y 60 por ciento de los alumnos que asisten a las escuelas de ese organismo en Gaza no aprobaron sus exámenes de matemáticas. Cuarenta por ciento reprobó los de árabe.
“La asistencia a clases se ha visto constantemente interrumpida por los enfrentamientos entre facciones palestinas, las repetidas incursiones israelíes y la extrema pobreza, que provoca que los niños vayan a la escuela con hambre e imposibilitados de prestar atención”, agregó.
Según datos de UNICEF, 70 por ciento de los niños de Gaza son refugiados.
El director general del Ministerio de Educación de la Autoridad Nacional Palestina en Gaza, Haifa Fahmi El-Agha, comentó a IPS que la proporción alumnos que no califican para pasar de grado se mantiene artificialmente baja, a causa del escaso número de escuelas y la carencia de fondos.
Los niños palestinos se encuentran en situación de desventaja desde su nacimiento. Muchos mueren a causa de malformaciones congénitas, bajo peso, alumbramiento prematuro e infecciones respiratorias agudas contraídas en campamentos de refugiados, señaló la UNRWA.
A esto deben sumarse altas tasas de desnutrición, privaciones económicas y desempleo, exacerbados por el bloqueo de Israel a Gaza. Asimismo, los niños palestinos son regularmente encarcelados por los israelíes en ámbitos que deben compartir con delincuentes adultos.
Según un estudio difundido meses atrás por la oficina de asuntos humanitarios de la ONU, el ejército israelí arrestó en 2007 a 700 niños palestinos. Casi un tercio de ese total pasó algún tiempo en prisión sin ser sometido a juicio.
El total de niños arrestados desde la segunda Intifada --levantamiento popular contra la ocupación israelí-- de 2000 llega a 5.900, según ese informe.
La investigación también describe un patrón de abuso físico y tratamiento humillante durante la detención y de maltrato psicológico en los interrogatorios. Muchos de esos niños fueron arrestados en puestos de control en las rutas, en la calle o en sus casas en medio de la noche luego de incursiones de los militares israelíes.
La organización de derechos humanos israelí B'Tselem señaló que muchos son mantenidos en confinamiento solitario en un cubículo sin luz de 1,5 metros por 1,5 metros, mientras que otros son confinados en el “armario”, una estrecha celda en la que deben permanecer de pie, sin poder sentarse o moverse.
La “tumba”, agregó, figura entre los favoritos del Shin Bet, el servicio de inteligencia israelí. Se trata de una “caja”, con una puerta en su parte superior, que mide aproximadamente un metro por 60 centímetros, con una profundidad de 80 centímetros.
Según la no gubernamental Defensa de los Niños Internacional, las penas que reciben los palestinos son especialmente severas.
Arrojar piedras en un enfrentamiento puede ser castigado con una condena de entre 10 y 20 años de cárcel, mientras que por dañar una instalación militar está contemplada la cadena perpetua.
Lastimar, insultar o amenazar a un miembro de las fuerzas armadas israelíes conlleva una condena de 10 años de prisión, cinco menos que el término promedio para los casos de asesinato en Israel.
Lunes 22 de setiembre de 2008
UNA ANALOGÍA DEPRAVADA
Por Khalid Amayreh, Uruknet / Rebelión
Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
Desenmascarar los intentos de Israel de equiparar la situación de los refugiados palestinos con los emigrantes judíos procedentes del mundo árabe
“La limpieza étnica de Palestina por Israel no fue, como más tarde proclamó el primer presidente de Israel Chaim Weizmann, una consecuencia inesperada o un hecho fortuito o siquiera un “milagro”; fue el resultado de una planificación larga y meticulosa”, Ilan Pappe, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Haifa, en su libro La limpieza étnica de Palestina [1].
Esta semana el primer ministro israelí saliente, Ehud Olmert, trató de reescribir la historia equiparando el violento desarraigo y dispersión por los cuatro rincones del mundo de la comunidad nativa palestina a manos de los sionistas judíos con la emigración motivada ideológicamente de judíos de Oriente Próximo a Palestina.
Durante una reunión del Comité de Asuntos Exteriores y Defensa del Knesset del 13 de septiembre, Olmert afirmó que compadecía la difícil situación de los refugiados tanto palestinos como judíos: “Me uno en expresar mi pesar por lo que les ocurrió a los palestinos y también a los judíos que fueron expulsados de los Estados Árabes”.
La muy inoportuna declaración de Olmert coincide con las muy controvertidas declaraciones del presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas acerca del delicado tema del derecho al retorno de los refugiados palestinos desarraigados de su país hace más de sesenta años.
Según se informa, el respaldado por Estados Unidos Abbas afirmó que no iba a presionar a Israel para que permitiera retornar a todos los refugiados palestinos a sus hogares y ciudades originarios en el actual Israel y que tendría que negociar con Israel el número de refugiados que a los que se repatriaría [2].
Olmert miente consciente y deliberadamente porque la situación de los refugiados palestinos y la emigración de los judíos del mundo árabe a Israel son dos acontecimientos completamente diferentes.
A fin de cuentas, el objetivo táctico de esta descomunal mentira es minimiza, banalizar y, en última instancia, echar a pique la cuestión primordial del derecho al retorno de millones de personas desarraigadas de su tierra ancestral a manos del movimiento similar al nazismo conocido por sionismo.
Obviamente Olmert y otros dirigentes sionistas creen que se puede derrotar este derecho inalienable divulgando mentiras y haciendo analogías depravadas.
Me temo que tengo malas noticias para el primer ministro israelí. Independientemente de lo que diga gente como Abbas, el pueblo palestino está ahora aún más comprometido que antes con el derecho al retorno.
Hasta el movimiento Fatah, sobre el que Israel y Estados Unidos pueden estar tentados de pensar que ha sido completamente vaciado de su patriotismo y de su dignidad nacional, todavía mantiene un compromiso acorazado con el derecho al retorno.
Sin embargo, es indudable que aquí y allá hay algunos oportunistas de Fatah que estarían deseosos de aceptar cualquier cosa con tal de que sus bolsillos permanezcan repletos de dólares estadounidenses y de euros europeos.
Pero también es verdad que la inmensa mayoría de de los seguidores y partidarios de Fatah condenaría como traidores a sus propios dirigentes si estos adoptaran una actitud laxa respecto al derecho al retorno.
Por no mencionar a los propios refugiados, entre cuatro millones y medio y cinco millones de palestinos, que consideran el abandono de su derecho al retorno como la traición final.
Por ello, me atrevo a desafiar a Abbas a pronunciar su escandalosa afirmación acerca del derecho al retorno en presencia de los refugiados de uno de sus campos en Gaza, Líbano o Siria o, incluso, en Cisjordania.
Volviendo a la alucinación de Olmert sobre refugiados palestinos versus refugiados judíos, es importante poner las cosas en su lugar, no tanto para que Olmert y sus compañeros sionistas cambien de opinión, sino para dar a las víctimas potenciales de las mentiras sionistas la oportunidad de no ser engañados por los maestros del engaño y la falsedad.
Para empezar, deberíamos recordar que los refugiados palestinos fueron expulsados de su patria ancestral a consecuencia de un genocidio parcial aunque real a manos de bandas sionistas como Irgun, Hagana, Lehi, Palmach, Itsel, etc. Historiadores israelíes, incluyendo a racistas incondicionales como Benny Morris, reconocen sin problemas esta expulsión.
Por ejemplo, Shlomo Ben-Ami, un ex-ministro de Asuntos Exteriores israelí, escribió lo siguiente en un libro publicado en 2006: “La realidad sobre el terreno era la de una comunidad árabe en un estado de terror, que se enfrentaba a un ejército israelí despiadado cuyo camino a la victoria estaba pavimentado no sólo con sus victorias contra los ejércitos regulares árabes, sino también con la intimidación y, a veces, las masacres y atrocidades que perpetró contra la comunidad árabe. Una comunidad árabe presa del pánico fue desarraigada bajo el impacto de las masacres que quedarían esculpidas en el monumento árabe de dolor y odio”.
Por supuesto, no se puede esperar que Ben Ami diga toda la verdad pero, con todo, estas palabras son muy elocuentes.
Es más, a diferencia de los emigrantes judíos procedentes del mundo árabe, cuya aliya (o emigración a Israel) era el objetivo estratégico más importante del sionismo y del recién establecido Estado judío, los refugiados palestinos fueron coaccionados y masacrados para que huyeran, de forma muy parecida a las víctimas del nazismo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero a diferencia de la situación más complicada en la Europa de la guerra, en Palestina el movimiento sionista llevó a cabo la guerra en 1948 principalmente para expulsar y limpiar étnicamente a la mayoría de los palestinos.
En otras palabras, la limpieza étnica de Palestina, como afirma Illan Pappe, ha sido planificada meticulosamente e implementada sistemáticamente.
De hecho, el movimiento sionista no sólo expulsó al 90% de los palestinos nativos (porque no eran judíos), sino que también se aseguró de que sus casas y pueblos eran destruidos y borrados. Las casas que no fueron destruidas fueron simplemente entregadas a los emigrantes judíos como patrimonio eterno mientras que sus dueños legítimos agonizaban en miserables campos de refugiados repartidos por todo Oriente Próximo.
Pues bien, me gustaría plantear a los sionistas cara a cara las siguientes preguntas:
¿Cuántos pueblos y ciudades judíos destruyeron y borraron los árabes?
¿Cuántas masacres de judíos perpetraron los árabes que podrían haber obligado a huir a los judíos árabes?
Seamos honestos y no nos dejemos engañar por la propaganda sionista. Los judíos del mundo árabe vinieron a Israel para hacer realidad el sionismo. Su huida a Israel, que Israel llama aliya con el significado de pasar de una posición inferior a otra superior, fue “querida, deseada y buscada agresivamente”.
En algunos países árabes, como Marruecos, la emigración de judíos se produjo como resultado de acuerdos secretos entre Israel y el respectivo gobierno árabe.
Para estar seguros, algunos judíos árabes, como en Irak, fueron acosados realmente, aterrorizados incluso por los agentes sionistas para que dejaran su tierra nativa, tal como han atestiguado algunos inmigrantes judíos iraquíes en los últimos años.
En el contexto de los virulentos esfuerzos de los sionistas para conseguir que los judíos emigraran quisieran o no a Israel se bombardearon sinagogas, se atacaron centros culturales y figuras judías fueron amenazadas por agentes sionistas disfrazados de “árabes”.
En algunos casos agentes sionistas organizaron secretamente disturbios anti-judíos para crear una atmósfera de miedo entre los judíos que, finalmente, les incitara a partir (recientemente agentes sionistas han ocasionado varios incidentes anti-semitas en Francia y Estados Unidos para inducir a los judíos a huir a Israel).
Sí, la consternación pública por los judíos sionistas en algunos países árabes se extendió tras la Nakba, la casi destrucción y expulsión del pueblo palestino de su tierra ancestral.
Pero nunca hubo un Dir Yasin judío en Irak o un Tantura judío en Túnez o un Dawaymeh judíos en Argelia o un Kafr Qassem judío en Yemen.
La verdad es lo contrario. Durante la Segunda Guerra Mundial en realidad los gobiernos árabes hicieron enormes esfuerzos para proteger a sus comunidades judías del inquietante espectro de la aniquilación por parte de los nazis. Pregunten a cualquier anciano marroquí o egipcio y él o ella les contará cómo los judíos disfrutaban de sus derechos como ciudadanos. De hecho, en muchos casos se concedió a los judíos derechos preferenciales y se les concedieron pasaportes extranjeros, especialmente franceses, que les permitieron prosperar en comparación a otros ciudadanos.
No obstante, si los judíos árabes o los judíos originarios del mundo árabe insisten en que son auténticos “refugiados”, lo correcto es exigir el derecho a retornar a sus países nativos originarios.
Se tiene que hacer justicia tanto a los refugiados palestinos como a los emigrantes judíos procedentes del mundo árabe concediendo a ambas partes la oportunidad de retornar a sus patrias originarias de las que fueron desarraigados, como en el caso de los palestinos, o engañados para que se fueran, como en el caso de los judíos árabes.
Sin lugar a dudas esto es mejor y más justo que permitirse analogías depravadas con el objetivo de trivializar la dura situación de los refugiados palestinos que representa el corazón y el alma del conflicto árabe-israelí.
[1] Existe una traducción al castellano de este libro imprescindible, La limpieza étnica de Palestina, Editorial Crítica (Memoria Crítica), Barcelona, 2006 (N. de la t.)
[2] Véase del mismo autor “Abu Mazen, ¡ni se le ocurra tocar el derecho al retorno!”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=72764 (N de la t.)
Lunes 22 de setiembre de 2008
SABRA Y CHATILA: PARA UNOS UN ACTO DE INDEPENDENCIA, PARA OTROS UN ACTO DE BARBARIE ¿QUIÉN TIENE LA VERDAD?
Por Jaime Abedrapo, Presidente del Comité por el Derecho a Retorno - Chile
Inmersos en una sociedad internacional relativista que nos persuade de que todo se debe valorar dependiendo del punto de vista en que se mire, como nos podría intentar persuadir modernistas o post modernistas como Foucault, Heidegger, Satre, entre otros valorados libre pensadores. Así la pregunta realizada en el título pudiera ser considerada como “razonable” en un mundo de verdades subjetivas que se sustentan en imposibilitadas de captar la esencia de las cosas, por tanto de la dignidad humana o de toda persona humana sin importar color, etnia, religión, etc.
Desde otra perspectiva, también como elemento central del modernismo, el “medio” no es moralmente objetable, ya que es neutro y se evalúa dependiendo de su “utilidad” al fin que persigue. Así quienes realizan matanzas indiscriminadas a favor de una causa superior se pueden elevar a la altura de héroes patrios, revolucionarios progresistas o próceres de la patria… más todo es válido para alcanzar los propósitos políticos, que además nos aseguran un futuro de justicia y paz, incluso para algunos, la redención del Mesías.
A pesar de que para muchos puede sonar a un principio ligado al oscurantismo tomaré partido, porque desde la decencia no veo otra alternativa, por quienes observan los sucesos de Sabra y Chatila como un acto repudiable y una manifestación máxima de barbarie, contrario a todo propósito político humanista.
La postura adoptada no asumirá argumentos que se circunscriban en el ámbito irrestrictos de las normas que los Estados modernos han establecido como imperativas, como por ejemplo los Convenios de Ginebra, entre otros, ya que el valor de ellas probablemente sólo las comprendan y compartan quienes abracen la visión iusnaturalista, es decir que interpretan al derecho como un referente del “deber ser” y no simplemente como el resultado último de un juego de poderes que finalmente cautela los intereses de quienes rigen el orden mundial.
Por tanto sólo intentaré un ejercicio lógico respecto a medios y fines, es decir, ¿podrá ser efectivo para alcanzar un objetivo político de estabilidad y seguridad imponerlo a través de la fuerza, y no cualquier tipo de fuerza, sino que la más cobarde que enfrenta a una población indefensa, sin distinguir la edad o sexo de quienes son aniquilados?, ¿podrá un genocidio o exterminio del enemigo traer consigo la fundación de un Estado aceptado, legitimado por los demás, y que augure la estabilidad?.
Recordemos que entre la noche del 16 hasta el 18 de septiembre de 1982, los campamentos de refugiados palestinos situados en el Líbano fueron rodeados por el ejército al mando de Ariel Sharon. Esto significó más 5.000 muertos que fueron removidos por Buldózer intentando eliminar las pruebas de una matanza colectiva.
¿Qué se preguntaría un patriota o nacionalista israelí?, este fue un acto para la liberación de un pueblo en la lógica de ganadores y vencidos, ya que es obvio que los niños muertos en dichos campos de concentración con el tiempo se iban a transformar en una amenaza a la seguridad de Israel, ya que probablemente tomarían las armas para reivindicar sus objetivos políticos.
Así, la perspectiva actual bajo la ética de los objetivos y desprendida de todo derecho emanado desde la naturaleza humana, nos señala que no hay otro camino que la aniquilación del enemigo.
En esa mirada, vuelvo a plantear desde la experiencia histórica si esa es la forma de preservar la paz. Probablemente sí, en la medida que se consiga exterminar a todo el pueblo palestino, su identidad, es decir su sentido de pertenencia, incluso de los que se encuentran en la diáspora. Por ello los sectores nacionalistas israelíes presentan ese acto como uno racional instrumental.
Es decir, una racionalidad que no tiene relación con la perspectiva kantiana, quien sostuvo que la razón nos permitirá alcanzar los consensos básicos para evitar los conflictos cruentos, que son interpretados como irracionales y contraproducentes.
Si asumimos la mirada geopolítica predominante durante el siglo XIX, durante los procesos de conformación, sobre todo desde Europa, de los nacionalismos excluyentes por excelencia, que cristalizaron el principio de soberanía absoluta, podemos interpretar al genocidio como un sin sentido, ya que la geopolítica nos señala que toda acción tiene una reacción, por tanto dicha lógica me dice que si continúo por el camino de la aniquilación debo alcanzarla a totalidad, ya que de lo contrario habrá una reacción contra con similares tácticas. ¿Es eficiencia ese camino para la estabilidad y paz de Israel?
Entonces, ¿cómo entender la política de Estado de Israel?, sobre todo porque Sabra y Chatila no es una excepción, sino que hasta hoy es la tónica de cómo ha enfrentado Tel Aviv sus asuntos de seguridad y defensa. Quizás la respuesta esté en que su política exterior esté en el marco de acción proveniente desde una ideología (sionismo) de suyo excluyente.
En efecto, mientras ese cuerpo teórico anclado en premisas religiosas fundamentalistas e instrumentalizadas por las fuerzas de orden (ideologizadas) para alcanzar un objetivo político expansionista al más puro estilo colonial, con lo que ello implica, un nacionalismo excluyente fundado en una superioridad religiosa (judaica), no tendrá desenlaces muy distintos a los que la historia nos ha enseñado a través del nazismo, fascismo, entre otros, que tras alcanzar objetivos políticos desatan y justifican holocaustos y genocidios.
En ese contexto podemos comprender que el Presidente de Israel Moshe Katsav aludiera al “derecho” (en la interpretación relativista del término) para defenderse de la demanda internacional presentada por los tribunales belgas por los sucesos de Sabra y Chatila: “niego absolutamente el derecho moral a Bélgica de juzgar a líderes y oficiales del Ejército israelí… Nadie tiene derecho de poner en duda las normas morales y humanas con las que trabaja el Ejército israelí”.
En consecuencia, Shabra y Chatila es aquella conmemoración de los hechos trágicos que encontramos en la historia de la humanidad y que nos sitúan en una sociedad internacional que sufre de esquizofrenia, ya que reconoce derechos fundamentales de la persona humana y de los pueblos, pero a la vez defiende que no existen verdades o certezas que nos permitan tener una posición más contundente de rechazo y sanción respecto a estas matanzas.
Mientras discutimos respecto a la razón y su capacidad de reconocer los derechos inalienables de las personas humanas y de los pueblos, sólo podremos sentir (es decir: mediante el corazón) el dolor e indignación que provocan estos hechos de barbarie.