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Navidad, pero SIN MUROS

Por Claude Lacaille
Quebec. Canadá (*)
En aquel tiempo, el Estado de Israel llevaba una política de colonización sobre las tierras palestinas. Mientras ocupaba militarmente toda Palestina, el gobierno había construido un muro de separación de más de 730 kilómetros de largo, carcomiendo ampliamente los territorios ocupados.
Los habitantes de Palestina debían pasar por múltiples check-points para poder desplazarse. Las autoridades decretaban arbitrariamente el cierre de los puestos de control e impedían toda circulación de los habitantes de los territorios ocupados.
Los militares israelíes, quienes controlaban los check-points, demoraban a menudo el paso a las mujeres embarazadas que acudían al hospital para dar a luz. Durante los siete primeros años de este muro de la vergüenza, 69 bebés nacieron en los puestos de control, mientras 35 recién nacidos y 5 mamás murieron en la espera.
Se trataba de tratos crueles e inhumanos, considerados por las leyes internacionales de entonces como crímenes contra la humanidad.
“Había viajado a Egipto a visitar a mis familiares y en el camino de vuelta hacía Gaza, los israelíes habían cerrado completamente el puesto de control, contaba Al-Astal. Estaba a punto de dar a luz. Ya había empezado varias horas antes el trabajo de parto. Finalmente vino una ambulancia que me llevó al hospital Al-Areesh en el Sinaí, pero di a luz en la ambulancia. Le puse a mi hija el nombre de Ma’abar (“Travesía” en árabe) para recordar los dolores y dificultades que ambas sufrimos en el check-point de Rafah.”
Cuando nuestros descendientes lean estos relatos de horror, se preguntarán cómo pudimos soportar durante más de setenta años semejante situación de apartheid.
La narración del evangelio de la Navidad describe una situación semejante en los tiempos del nacimiento de Jesús. Una ocupación romana brutal de Palestina le hace pesada la vida a la población: las tierras son confiscadas y los campesinos sin tierras trabajan como jornaleros. Hay inseguridad por todas partes y la revuelta estalla con desesperación.
Herodes, vendido a los intereses del imperio, mantiene su régimen con sangre y terror. Un censo ordenado por Roma obliga a todos los habitantes a registrarse para pagar impuestos al Cesar. &l
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